El jardín de Pascua
Por Victor Assouad, SJ
Han transcurrido siete años desde que el padre Frans van der Lugt fue asesinado el 7 de abril de 2014 en Homs (Siria), un lunes de Semana Santa. Me atrevo a creer que lo que ocurrió ese día fue como la cima de su vocación, la que sintió cuando tenía apenas 10 años. Fue a partir de entonces cuando descubrió el amor incondicional de Dios por nuestro mundo y el amor gratuito que él mismo estaba invitado a ofrecer al mundo a cambio, a imagen del sacrificio de amor y perdón ofrecido por Cristo en la cruz. Estoy haciendo alusión a la historia de su llamamiento, un relato que él compartió en varias ocasiones.
La vocación de Frans nació a raíz de la contemplación del Vía Crucis que se halla al interior de la iglesia parroquial que frecuentaba en Ámsterdam. Así describe lo que sintió aquel día: “Me acerqué a la cruz y medité sobre Cristo en la cruz mientras escuchaba sus palabras; a esa edad ya las conocía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’. Fue en ese momento cuando tuve una profunda experiencia; me encontré completamente ante el amor de Dios. Es un sentimiento que te invade sin que tú lo provoques. Proviene de una verdadera comunicación con el corazón de Dios.
Intuyo
que lo que le ocurrió a Frans el lunes 7 de abril de 2014, primer día de la
Semana Santa, fue del mismo orden. Al ver a su asesino, Frans fue invadido por
los mismos sentimientos de compasión que tuvo Cristo hacia sus propios asesinos.
Con Él, repitió: “Padre, perdónalo, porque no sabe lo que hace”. Entonces se
entregó al Padre en un acto de fe y confianza en su amor ilimitado.
Hoy, cuando pienso en Frans van der Lugt, es la imagen del jardín la que me viene a la mente. El jardín en el que fue enterrado es el mismo lugar donde fue asesinado, dentro de la residencia de los jesuitas en Homs. En plena guerra que se desencadenaba a su alrededor, Frans solía llamar a este jardín “el oasis de la paz”. Se esforzó por mantenerlo libre de violencia externa y por cuidarlo para que la vida no quedara circundada allá, para que las plantas, los pájaros (¡y la tortuga!) siguieran encontrando un refugio seguro. Para él, era una señal de que la vida era más fuerte que la muerte y que la paz volvería algún día.
Aunque,
siete años después de la muerte del P. Frans, la paz todavía no ha vuelto a
Siria y cada día llegan nuevas víctimas a pagar el precio de la violencia y el
odio entre los hombres - y de sus intereses partidistas y egoístas -, lo que
vivió Frans, siguiendo a Cristo, sigue siendo como una profecía del porvenir: “Veo
un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1). Este jardín de Homs se ha
convertido en el jardín de la Pascua, como aquel donde fue enterrado Cristo.
También es el jardín del encuentro y del envío: “¡No me retengas! Ve y di a mis
hermanos que subo a mi Padre que es su Padre”. (Jn 20,17)