Diario de una bala de cañón

Jad-Béchara Chébly, SJ - Beirut (Líbano) - Provincia de Próximo Oriente
[De la publicación “Jesuitas 2022 - La Compañía de Jesús en el mundo”]

En un país golpeado por una profunda crisis económica y política, así como por las tragedias de la megaexplosión de Beirut y la pandemia, la historia de un sacerdote alentado por la fuerza de la juventud y la fe en Cristo resucitado.

Pocos días después de la explosión del 4 de agosto de 2020 en Beirut – considerada como la tercera más importante del mundo – celebraba mis 6 años de sacerdocio. Pero, ese día, el pan partido no estaba en la iglesia: estaba desperdigado, aplastado y hecho añicos por las calles de Beirut. El pan partido es el de las víctimas, ¡que contamos por centenas! El pan partido es esa anciana con la mirada aturdida, perdida, sentada sobre los escombros de lo que antaño fuera su apartamento. El pan partido es la sonrisa indefectible de nuestros jóvenes voluntarios, cuya generosidad tan solo podría compararse con las palabras que Cristo pronunció durante su última cena y que yo, sacerdote suyo, repito infatigablemente desde hace 6 años: «¡Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo!».

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Tengo 43 años, y desde que vine a este mundo, todo es reconstruir, aceptar, renacer, maravillarse ante un pueblo que lame sus heridas y vuelve a ponerse en pie, en camino, y a olvidar, y que después ¡vuelve a cometer una y otra vez los mismos errores! Sentimiento de amargura, regusto de bilis, cólera áspera y ardiente, rabia, sensación de estar encerrado… Encerrado, sí. Me siento como el rehén de un presente que no acaba nunca; prisionero de un presente que ya no tiene ayer – barrido junto a los escombros de una ciudad que ha dejado de ser, un presente cerrado a cualquier «mañana» –; me siento esclavo del presente del olvido, del eterno comienzo, Sísifo de los tiempos modernos, obligado a empujar ad vitam aeternam la piedra de una reconstrucción que ha dejado de ser sinónimo de vida para serlo de una muerte amarrada a un presente reiterado sin fin como un pecado nunca perdonado. Reconstruir Beirut, hoy, ya no es elegir la vida, sino elegir el olvido.

Mi sacerdocio lleva, este año, los colores de un fracaso, de una caída, de una derrota, forzado a guardar cama, a un cambio radical de vida, de sueños, de deseos, una sacudida. La misma sacudida que acaba de estremecer el país ha conmocionado mi sacerdocio y ha puesto en entredicho todo lo que creía eran sus convicciones hasta ese instante fatídico, hasta que se le hizo imposible mantenerse erguido sobre sus piernas, hechas añicos por una bala de cañón que destruyó, al mismo tiempo, sus ambiciones, sus sueños y sus vanidades.

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Mi sacerdocio, mi vida, mi compromiso, mi misión, mi pueblo, mi país... ¡Todos están atrapados en el mismo torbellino de un año que no tiene fin! El año 2020 – que comenzó con la revolución del 17 de octubre de 2019 y que aún no ha terminado si contamos las catástrofes y no los meses – es el año de todos los dolores. Revolución, inflación, devaluación de la moneda (que ha perdido, hasta hoy, el 100 % de su valor), dinero paralizado en los bancos, bloqueo al nivel de la gobernanza del país y, para colmo, dos desgracias más, la explosión que destruyó Beirut y nuestras últimas esperanzas y una pandemia que redujo las relaciones humanas a una tímida sonrisa escondida detrás de una mascarilla y a un miedo, miedo a esa muerte que merodea por los dédalos de las ciudades destruidas y empobrecidas de un país desfigurado.

Este año, he celebrado mi sacerdocio rodeado de sacos de arroz y de azúcar, entre las cajas de alimentos y los bocadillos prefabricados para alimentar a los que ya no tienen nada. Mi sacerdocio tiene, este año, el amargo sabor de la sangre inocente derramada ¡pero también del amor y la entrega con que han respondido centenares de jóvenes! Mi sacerdocio reviste, este año, un sentido pleno gracias a esos jóvenes que me enseñan, hoy y siempre, el sentido de la entrega. Mi sacerdocio reviste, este año, todo su sentido en una invitación a dar sin condiciones y sin esperar nada a cambio.

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Y reviste todo su sentido porque ha decidido deshacerse del prefijo «re» de «renacer», abandonar el «volver» de «volver a levantarse»; ha tomado la firme resolución de nacer a esa Vida que tan solo puede brotar de una bala de cañón que conduce a una verdadera conversión. Esa bala se convierte entonces en un paso pascual, un presente abierto al porvenir de una vida radicalmente diferente, radicalmente otra, que no sueña con la inmortalidad, con el ciclo repetitivo de una vida sin fin, sino que desea una eternidad, la Vida con todo lo que conlleva de cambiante y de sorprendente. Mi bala de cañón me sitúa frente a mi propia manera de comprender la muerte y la resurrección del Señor: Cristo, Verbo de Dios, Palabra por la que la creación existió, instaura en el seno mismo de la desesperación, en el lugar más trágico de la condición humana, un pasaje hacia un encuentro. Y aun cuando la absoluta incertidumbre del momento permanece, va acompañada, sin embargo, de la inminencia del encuentro. El encuentro con Cristo en los jóvenes que ya no aspiran a reconstruir sino a crear, que no quieren reparar sino edificar.

Y en un Líbano postrado aún en su lecho, levanto mis ojos hacia la Jerusalén de todos los comienzos.

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Publicado por Communications Office - Editor in Curia Generalizia
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