Beato Bernardo Francisco de Hoyos

Beato Bernardo Francisco de Hoyos

Bernardo Francisco de Hoyos

Beato

  • Death: 11/29/1735
  • Nationality (place of birth): España

El próximo día 18, en Valladolid (España), será Beatificado el P. Bernardo de Hoyos (1711-1735), considerado como el primer apóstol del Corazón de Jesús en España. Con el fin de recuperar su memoria y su aportación, ofrezco algunos datos de su vida, que para una mejor comprensión deberán ser enmarcados en el contexto religioso y cultural propio del siglo XVIII.

Nace Bernardo de Hoyos en Torrelobatón, (Valladolid) el 21 de agosto de 1711. Estudió en los colegios de los jesuitas de Medina del Campo y de Villagarcía de Campos y allí entró en la Compañía en 1726, en el próspero noviciado que formaba parte del mismo edificio del Colegio. Antes debió pedir con insistencia el permiso de su familia y convencer al P. Provincial dada su corta edad (no había cumplido los 15 años) y su débil apariencia. Cuando estaba en el noviciado (1726-28) tuvo lugar la canonización de San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka, los cuales eran propuestos como modelos a los estudiantes jesuitas. Pero sobre todo le influyó la figura de Juan Berchmans por entonces en proceso avanzado de canonización.

El bienio del noviciado fue la etapa de su iniciación en la vida mística, y el trienio de filosofía (Medina del Campo, 1728-1731) la de su purificación interior, acrisolada por la árida experiencia de la noche del espíritu.

Estudió la teología (1731-35) en el Colegio de San Ambrosio de Valladolid. Allí tendrá lugar la culminación del proceso de su vida espiritual, que le convierte en un verdadero místico. En la extensa Cuenta de conciencia, que remite en octubre de 1732 a su Director espiritual, el P. Juan de Loyola le dice: “Veo mi corazón que en todo se mueve hacia su Dios, como el hierro atraído del imán. A Dios sólo quiere, a Dios sólo busca, por Dios sólo aspira...”. Por la clarividencia con la que percibía y describía sus mociones espirituales, su Director insistirá en que aquel joven es “muy superior a su edad y a las noticias que podían haberle dado los libros”.

Las referencias en los informes internos de la Compañía (“Catálogos trienales”), hablan de su carácter fuerte al que siempre supo dominar, de su brillante inteligencia, de su tesón para luchar contra las dificultades, de su cordialidad y sobresaliente capacidad para entablar relaciones, de su cualificación para todos los ministerios y, en especial, para el de la predicación.

El 3 de mayo de 1733, cuando contaba 22 años, siente que el Señor le confía una tarea que se convertirá en el único objetivo de su vida: propagar el culto a su Corazón como medio de santificación propia y como medio de eficaz apostolado. Su amigo el P. Agustín de Cardaveraz tenía que predicar el sermón del Corpus en Bilbao y le encomendó que le enviase unos datos que encontraría en la Biblioteca de su comunidad, en el libro “De cultu sacratissimi Cordis Dei Jesu” del P. José Gallifet. Al leer tal obra, afirma, “sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento, fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor Sacramentado a ofrecerme a su Corazón para cooperar cuanto pudiese...a la extensión de su culto”.

Lo primero que Bernardo hizo fue consagrarse al Corazón de Jesucristo el 12 de junio de ese mismo 1733, con la fórmula que había escrito San Claudio La Colombière cincuenta años antes. Pero no se trataba de una gracia recibida para ser sólo vivida en su interior. Intuye que Dios le pedía ser instrumento para hacer llegar a otros las riquezas del Corazón de Cristo.

Consciente de la magnitud de la tarea y supuesto que su principal obligación era proseguir con seriedad los estudios teológicos, optó por formar un equipo de trabajo, constituido por compañeros cualificados y metidos de lleno en la actividad pastoral. Entre ellos contará con la colaboración fiel de los ya citados PP. Juan de Loyola, y Agustín de Cardaveraz. El primero fue el encargado de escribir una obra en la que se exponía “la esencia y solidez de este culto”. Son de Bernardo el esquema y el alma de este libro que, tras vencer no pocas dificultades, por fin sale el 21 de octubre de 1734, bajo el título de “Tesoro Escondido”.

Después su método consistirá en difundir hojas y estampas por todas partes, fundar confraternidades y asociaciones en honor del Sagrado Corazón, pedir que se hable y predique sobre este tema, escribir e instar antes Obispos y ante el mismo Rey Felipe V, para que apoyen la solicitud y aprobación por la Santa Sede de una fiesta litúrgica especial.

El 2 de enero de 1735 fue ordenado sacerdote en Valladolid y el 6 celebró su primera Misa, en la iglesia del Colegio de San Ignacio. Unos meses más tarde, comenzaba allí mismo la Tercera Probación, que no pudo terminar, ya que a consecuencia del tifus falleció el 29 de noviembre de 1735.

El P. Manuel de Prado, que entones era su Rector y que había sido su Maestro de Novicios, el 6 de diciembre de 1735, en la carta en la que comunicaba a las Comunidades de la Provincia de Castilla la noticia de esta muerte, resaltaba “su perfección más que ordinaria, un don especialísimo de oración, por el cual Dios le descubría los más ocultos misterios de la divinidad y una tierna y particular devoción, durante estos últimos años, al Sagrado Corazón de Jesús”.

La fama de su santidad surgió al poco tiempo de su muerte. Sin embargo, la difícil situación en la que comenzó a hallarse la Compañía, con una oposición fuerte de parte de los jansenistas, hizo que no se presentara entonces la Causa de Beatificación. Después vendría la supresión de la Orden que dejó en el olvido muchos proyectos.

Cuando en 1814 es restaurada la Compañía de Jesús por el Papa Pío VII, comenzó en toda la Iglesia una época de esplendor de la devoción al Sagrado Corazón, a cuyo fomento y propagación se sumó la renacida Compañía, con considerables resultados conforme a la sensibilidad y gusto de la religiosidad de la época.

En el año 1965 la Congregación General 31 insistió en la oportunidad de un profundo estudio teológico acerca de las bases de este culto y de una atención especial a los modos pastorales con los que se le ha de mostrar, supuesta la diversidad de tiempos y lugares y dados los innegables valores simbólicos que encierra. En el Decreto 15, nº 2, se indica que, “tal como lo entiende la Iglesia, es el culto ‘del amor con que Dios nos amó por Jesús y, al mismo tiempo, es el ejercicio del amor nuestro por el que nos damos a Dios y a los demás hombres’ (Haurietis Aquas, 1956), poniendo así de relieve la relación interpersonal del amor que constituye la vida cristiana y religiosa”.

Este empeño renovador estuvo muy presente en el magisterio del P. Pedro Arrupe, conforme lo plasmó en numerosos artículos, discursos, homilías y en el nuevo texto de la Consagración de la Compañía al Corazón de Jesús, que compuso personalmente durante un día de oración en la capilla de la Storta.

Igual fue el interés del P. Peter-Hans Kolvenbach el cual, en una Conferencia en Paray-le-Monial (2 de julio de 1988), nos recordaba que “todo el problema de la representación figurativa indispensable del Corazón de Jesús, está bien resumido” en el número 26 del Decreto 4 de la CG32: “Se hace necesario trabajar en la búsqueda de un nuevo lenguaje, unos nuevos símbolos que nos permitan encontrar mejor y ayudar a los otros a encontrar, más allá de los ídolos destruidos, el Dios verdadero: a Aquel que, en Jesucristo, ha escogido tomar parte en la aventura humana y ligarse irrevocablemente a su destino. La memoria viviente de Jesús nos llama a esta fidelidad creadora”.

Años atrás K. Rahner ha escrito que existen términos originarios de la teología y la espiritualidad, primigenios, sugerentes, creativos, que son susceptibles de cambiar “si uno no quiere caer en la soberbia de la a-historicidad”. Hoy los símbolos se multiplican, complementan, corrigen y sustituyen con significativa celeridad, sin que ninguno de ellos pretenda imponerse con valor permanente y universal.

El patrimonio espiritual propio de la devoción al Sagrado Corazón, enraizado en la fe de la Iglesia, mantiene en la actualidad plena validez dentro del plural imaginario que en cada cultura y tradición expresa la insondable riqueza del amor de Dios, manifestado en Cristo y en consonancia con aquella teología, que desde la frescura saludable de la fuente bíblica, continúa iluminando con rica expresividad el mensaje del Padre compasivo y misericordioso del Evangelio, visibilizado en el corazón como signo vital en el que el misterio del hombre pasa a ser misterio de Dios.

La pasión por el Corazón de Jesús de Bernardo de Hoyos corresponde fielmente a la devoción que sentía San Ignacio por el Jesús pobre y humilde, ante el que nos pide movamos nuestros afectos para acompañarle en cada paso de su vida, pues “como compañeros suyos en la misión, su camino es nuestro camino” (CG35, D. 2, nº 14), a fin de que en todo aquello que hagamos en el mundo, haya siempre trasparencia de Dios (CG35, D. 2, nº 10).

Con motivo de esta beatificación, invito a toda la Compañía y a todos nuestros colaboradores a renovar el amor personal a Jesucristo y a abrirnos a la gracia de la identificación con Él, de modo que, conforme a las palabras de Nadal, “entendamos por su entendimiento, queramos por su voluntad, recordemos por su memoria y, que todo nuestro ser, nuestro vivir y obrar no esté en nosotros, sino en Cristo” (MHSI vol 90. p.122; cfr. CG35, D. 2, n° 14), como piedra angular de la vocación particular a la que cada uno ha sido llamado.

Bernardo de Hoyos, fue un hombre de Dios, un apóstol con ideas y estrategias de planificación, un entusiasta del “compañerismo con otros” (CG 34, D. 26), un hijo fiel de la Iglesia a la que procuró trasmitir el fuego de su ardiente fervor. Muerto a los 24 años nos señala, junto con los otros Santos jóvenes jesuitas, que desde muy temprano en la vida y desde los primeros años en la Compañía podemos y debemos dejar que Cristo habite en nuestros corazones y nos arraigue y edifique en su amor.

Que el Padre “que ha ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las ha revelado a los sencillos” (Mt 11, 25) por la intercesión del nuevo Beato, conceda a la Compañía cumplir su misión de ser en la Iglesia una respuesta amorosa a Aquel que fue traspasado por el dolor y la agresiva injusticia de un mundo necesitado de perdón y reconciliación.

Rev., P. Adolfo Nicolás, S.I.

Superior General

A TODA LA COMPAÑÍA

Roma, 12 de abril de 2010