Raíces profundas permiten un crecimiento incesante
Homilía del Padre General en el funeral del P. Adolfo Nicolás
El grano de trigo que cae a tierra y muere para producir fruto, es la parábola de la vida de Jesús, clavado en la cruz y levantado, como signo del amor que abre el paso de la muerte a la vida resucitada. Es también la parábola de los seguidores de Jesús, de quienes como Adolfo Nicolás, eligen “despreciar su vida en este mundo” para hacerse compañero, o sea, ocupar el mismo puesto que ocupo Jesús, la cruz redentora como puerta a la vida. De quienes eligen hacerse otro grano de trigo que cae a tierra, muere y da mucho fruto.
El grano de trigo caído en tierra muere para hacer posible echar raíces y alimentarse para crecer hacia arriba y dar fruto abundante. Nico experimentó este proceso durante toda su vida. Por eso ha sido una vida fecunda. Cayó a tierra en diferentes momentos de su historia. Cayó en tierras diversas. Siempre supo morir, echar raíces, crecer hacia arriba y producir mucho fruto. Echar raíces fue la experiencia que le permitió adquirir esa conciencia de la necesidad de ir a fondo, de profundizar en todas las dimensiones de la vida. El que está distraído no echa raíces. Hay que dedicarse con constancia a la tarea de abrirse paso en cada terreno para encontrar los nutrientes adecuados al crecimiento que produce resultados apetitosos.
Echar raíces en Cristo es el primer gran desafío del que elige dejarse enterrar allí donde está el Señor. Todo lo demás depende del confiado abandono en el amor de Dios como fuente de vida. Echar raíces en Cristo es participar en la “agitación interior” inherente a la búsqueda de la voluntad de Dios para hallarla y elegirla como propia. Adolfo fue capaz de atravesar ese trance muchas veces hasta el final su vida sin evadir las dificultades ni dejarse llevar de la tentación de cambiar la ruta. Para enraizarse en Cristo es necesario desapegarse de sí mismo, “despreciar la propia vida en este mundo” para ganar la vida verdadera. Eso que nos parece imposible Dios lo hizo posible en la vida de Nico.
Quien ha echado raíces en Cristo recibe el Espíritu que lo hace hijo de Dios, libre de toda esclavitud, coheredero con Cristo del paso de la muerte a la vida. Conocimos un Adolfo libre, con la audacia de los que han perdido el temor a seguir la inspiración del Espíritu. Nutrido del humus del Señor en el que estaban bien hundidas sus raíces, Nico maduró en el discernimiento de los espíritus y alcanzó la sabiduría de los que son guiados por el Espíritu Santo.
A través de su sabio discernimiento la Compañía de Jesús recibió abundancia de bienes para avanzar en su fidelidad creativa al carisma original, respondiendo a las exigencias de la misión en este tiempo. Adolfo puso todo su empeño, desde las distintas responsabilidades que le fueron encomendadas, sobretodo como Superior General, en encarnar en la vida y trabajo del cuerpo apostólico de la Compañía las exigencias y orientaciones de las Congregaciones Generales que siguieron al Concilio Vaticano II. Se esmeró en servir a la Iglesia desde el modo nuestro de proceder. Estuvo siempre disponible a acompañar a hermanos y hermanas de la Vida Religiosa en el profundizar el sentido de la consagración plena al Señor.
Raíces profundas permiten el crecimiento incesante hacia arriba y dar fruto abundante. Nico supo hacer suyos los gemidos de la humanidad entera haciendo puentes de oriente a occidente y de norte a sur. Como Jesús, Nico supo encararse en diversas culturas, aprender de ellas, dando siempre testimonio de la Buena Noticia. Fue un buen conocedor del “fracaso al fue sometida la humanidad”. Conoció de primera mano los sufrimientos de los migrantes y los descartados, obligados a vivir en las periferias y fronteras de la sociedad. Se identificó con sus deseos de justicia y reconciliación.
Nico vivió con “la esperanza de que esa humanidad se emanciparía de la esclavitud de la corrupción para obtener la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Lo conocimos como una persona con conciencia de universalidad inculturada. Nunca perdió de vista la vastedad ni la complejidad de la humanidad entera y siempre estuvo con los pies en el suelo participando en la simplicidad de la vida de la gente corriente.
Adolfo era muy inteligente. Una inteligencia que no lo llevó a refugiarse en las abstracciones sino a penetrar a fondo en la vida concreta de sus semejantes, especialmente de los más pobres y de sus hermanos jesuitas. Una inteligencia convertida en capacidad de servicio concreto porque entendía cada situación y dejaba paso a la inspiración que venía del Espíritu.
Por mucho tiempo disfrutaremos de la abundante cosecha producida por este grano de trigo que, muerto a sí mismo, ha dado tanta vida en el Espíritu. Su familiaridad con Dios iluminaba todos los aspectos de su vida. De allí su sonrisa acogedora para cada persona o grupo que encontraba y su serenidad para enfrentar sin agobio situaciones espinosas, empinadas o complejas. El Señor nos de la gracia de recibir con alegría tanto fruto producido por Adolfo Nicolás y saberlo digerir para hacernos también nosotros discípulos y compañeros de Jesús.
Celebramos esta Eucaristía en memoria de Adolfo Nicolás en la víspera de la fiesta de Nuestra Señora de la Estrada. Una devoción que ha inspirado la Compañía desde sus inicios. Nos recuerda que somos peregrinos y que no caminamos solo nosotros sino acompañados de María que nos lleva de la mano detrás de su hijo Jesús que abre camino hacia el Padre. No conocemos los detalles del camino pero hemos aprendido de compañeros como Adolfo que no hace falta tener el mapa sino confiar en quien nos va abriendo el paso y su Espíritu que nos recuerda lo que hace falta en cada momento.
Los invito a convertir este encuentro en torno a la Palabra y la mesa del Señor en un “coloquio” al estilo Ignaciano, primero con Nico, nuestro querido amigo en el Señor, para que comparta con nosotros su libertad, su alegría, su sabiduría, su amor radical por Jesucristo y su Iglesia. Luego con María de la Estrada para que nos ayude a caminar más rápido en el camino de su Hijo y aprovechemos las oportunidades que nos abre la historia para mostrar a otros el camino hacia Dios.
Coloquio también con nuestro hermano y Señor, Jesús, el Crucificado-Resucitado, que nos precede en la entrega amorosa que produce reconciliación. Con Papá Dios reconociendo agradecidos tanto bien recibido a través de Nico y rogándole nos inunde de su Espíritu para ser colaboradores en la misión de hacer nuevas todas las cosas.