Se trata de una región de Vietnam que los turistas nunca visitan: un territorio montañoso en el centro del país. Y de una población indígena -llamada allí “tribal”- originaria de 54 grupos étnicos. Esa gente habla un idioma totalmente diferente del vietnamita; sus hogares, su ropa, todo contribuye a su marginación. Es en este contexto que el P. Ngô Phan Dinh Phuc, jesuita, se ha convertido en un “manitas”. Su ministerio es tanto un servicio social como un servicio pastoral. Démosle la palabra:

“En el pueblo donde vivo, hay una comunidad de unos 400 católicos y unos pocos protestantes sobre una población de unos 3.600 habitantes. No tenemos iglesia, así que celebro la misa en casas de feligreses, cada una cuando le toca. Sin embargo, la pastoral es sólo una pequeña parte de mi compromiso. Soy responsable de Caritas, el servicio social de la Iglesia para toda la provincia de Gia Lai, y respondo a todos los necesitados, sean cristianos o no.

Por ejemplo, hay unos 1.500 leprosos en la provincia. Trato de visitarlos cada año para llevarles medicinas, también apoyo espiritual y moral y animarlos a que no se aíslen. A veces hay que llevar a estos pacientes al hospital y nuestra Cáritas - una obra diocesana bajo la responsabilidad de los jesuitas pero en colaboración con religiosas - se ocupa de ellos: transporte, gastos, acompañamiento.

Otro ejemplo de la asistencia que ofrecemos es una ambulancia, ya que los servicios regulares de ambulancia del hospital no llegan fácilmente a las montañas. De hecho, muchas madres morían durante el parto por falta de poder ir al hospital. Así es que lo consideramos una necesidad prioritaria.

También recuerdo el caso de un hombre con quemaduras graves. La gente primero pensó que debía estar borracho y que había prendido fuego a su casa bajo los efectos del alcohol. La realidad era que había entrado en su casa en llamas para salvar a su esposa y a su hija de 4 años. La niña había sido quien inopinadamente había abierto el gas. Cuando la madre encendió el fuego para la comida, todo había estallado. Los acompañamos y pagamos los gastos médicos.

Amo a esta gente, a esta gente de las montañas. Me gusta su simplicidad. También son muy sensibles y merecen mucho respeto, ya que a menudo han sufrido por ser ignorados. Para ayudarlos realmente, debemos pensar en términos de desarrollo integral, y por esa razón, creo que lo primero que debemos promover es la educación. Pero la escuela tradicional no les conviene; no tienen un enfoque abstracto de la realidad; su relación con el mundo es concreta. La inculturación es, por lo tanto, la palabra clave, tanto en la educación como en la atención pastoral.”

En dos palabras, la presencia jesuita en Pleiku es un proyecto de ‘desarrollo multifacético’.