Una historia de liberación – Nuestra actual llamada a la libertad
Ésta es la primera Eucaristía que estoy celebrando en Corea del Sur. De verdad que siento una gran alegría de poder estar acá con Ustedes, agradeciéndole al Señor por el regalo de la vocación con la cual el Señor nos regala la oportunidad de servir a su gente. Pero la ocasión es todavía más especial porque seremos testigos de la profesión solemne en la Compañía de Jesús de nuestros hermanos Tong-uk, Paek-Seop, Sang-eun y Dae-je.
La primera lectura está tomada del primer capítulo del libro del Éxodo. Ésta nos introduce realmente a la manera como el pueblo de Israel entró en contacto con su propia identidad. El contexto es éste: el temor del nuevo rey que llega al trono de Egipto ante el fortalecimiento progresivo de Israel, pueblo al que Egipto venía oprimiendo, esclavizando, sometiéndolos a un trato cruel y hasta incluso acabando con la vida de los niños recién nacidos para detener su crecimiento en número. Es en éste preciso cuadro histórico en el que todo el libro del Éxodo nos revela la historia de liberación, esto es, la del compromiso de un Dios que ve el sufrimiento de Israel y es capaz de devolverle su dignidad, su libertad.
De hecho, no se trata solo de la historia de Israel: en ella cada ser humano, cada cristiano, cada jesuita puede ver la propia. Cada uno ha podido experimentar cómo gradualmente y de una manera casi que imperceptible ha ido perdiendo su libertad, toda vez que uno resulta bajo el dominio de los deseos egoístas que nos habitan y terminan esclavizándonos. Sin embargo, es también la historia de cómo Dios desde nuestra interioridad quiere liberarnos para recuperar el verdadero significado de ser humanos, que no es otra cosa que la imagen y semejanza de un Dios cuya naturaleza es darse a sí mismo, darse sirviendo, amar sin condiciones.
Desde que Adán y Eva comieron del fruto en el jardín del Edén, la humanidad ha caído en el pecado, en el mal, en el orgullo, en los deseos egoístas, en los apegos más mundanos. Sin embargo, Dios siempre interviene, sin forzarnos, invitándonos a escoger la libertad que Él nos regala y rechazar todo tipo de esclavización. Esto es precisamente lo que Dae-je, Paek-seop, Tong-uk, y Sang-eun celebrarán el día de hoy. Se acercarán delante del Santísimo Sacramento y, a la vista de todos, ellos libremente expresarán que aceptan los regalos que el Señor les ofrece.
En primer lugar, ellos aceptarán la pobreza. Esto no significa vivir en extrema miseria o no tener que comer o beber. Para nada. Esto significa que continuarán viviendo en éste mundo, usando de las cosas, con su riqueza, sus oportunidades de manera que éstas puedan ser un mejor instrumento para la reconciliación y la justicia.
En segundo lugar, ellos aceptarán el regalo de la obediencia. En el obedecer a sus superiores, nuestros hermanos están proclamando que ellos no son sus propios jefes, sino que declaran que hacen parte de una misión que no es exclusivamente individual. De hecho, ellos son participantes y colaboradores de ésta misión, tanto que es éste carácter el que los llevará a trabajar junto con otros para abrirle paso al Reino de Dios.
En tercer lugar, ellos aceptan el regalo de la castidad. En el Evangelio de hoy, Jesús les dice a sus apóstoles: “Quien ame a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; quien ame a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí. Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí”. Con esto, Jesús no está invitando a sus apóstoles no amar a sus familias, antes bien, debemos amarlas. Es gracias a ellas, y particularmente a través de nuestros padres, como ha sido posible experimentar la cercanía y acogida de un Dios que ama y cuida. Lo que éstas palabras nos invitan es a poner a Cristo en el centro de nuestras vidas, a poner en Él y de manera exclusiva toda nuestra fuerza interior en Él, no en otra cosa o persona.
Es por eso que para un jesuita la Eucaristía es el corazón de su vida diaria. Gracias a la Eucaristía los jesuitas podemos con nuestra vida ser verdaderos mensajeros de esperanza, es en la Eucaristía donde confirmamos que nuestro poder viene del seguimiento de Cristo pobre y humilde, cuya misión nace de la impotencia y la locura de la cruz (1Cor 1, 17-30). Es la Eucaristía lo que nos permite a nosotros jesuitas ser ése mensaje de esperanza, acompañando a aquellos que son marginalizados, empobrecidos, rechazados, solos, excluidos, víctimas de cualquier tipo de violencia o prejuicio.
Igualmente, Jesús, en la Eucaristía, nos da la gracia de vivir como hermanos. Los jesuitas sabemos que podemos llegar a ser muy duros entre nosotros, pero espero que jamás lo sean tan crueles como el Faraón lo fue con los Israelitas. La vida comunitaria es un desafío constante para todos. La CG 35 por eso nos recuerda que la comunidad no es solo para la misión, sino que ella misma es misión. Si nosotros mismos no somos capaces de dar testimonio de amor fraternal, sincera preocupación, comprensión y perdón, nuestra predicación será vacía y poco significativa. A su vez, la CG 36 subraya: “si olvidamos que somos un cuerpo, unidos en y con Cristo, perdemos nuestra identidad como jesuitas y la capacidad de dar testimonio del Evangelio. Más que nuestras competencias y habilidades, lo que da testimonio de la Buena Noticia es la unión entre nosotros y con Cristo” (CG 36, Dec. 1 No. 7).
Queridos Sang-eun, Dae-je, Tong-uk, y Paek-seop, quiero sinceramente agradecerles por su entrega y por querer expresar libremente la aceptación de éstos regalos, por sus últimos votos en la Compañía de Jesús. La profesión de votos en éste día nos sirve de igual manera a todos nosotros, pues nos recuerda que a la larga todos estamos en nuestras vidas respondiendo a un Dios que nos ha amado primero. Pidamos por su fidelidad a éstos durante toda su vida, pidamos la intercesión a Nuestra Señora, ella que tuvo al Señor en el centro de su vida y nos inspira siempre a suplicarle ésta gracia tan especial. Amén.