Ruanda: continúa la conversión
En abril de 1994, los ruandeses se hacían esta pregunta: ¿Dónde se ha metido el Dios de Ruanda? ¿Volverá a brillar el sol sobre Ruanda? Veintiséis años después del comienzo del genocidio contra los tutsis y la guerra, Marcel Uwineza, SJ ofrece algunas respuestas, basadas en la necesidad de conversión, el progreso del país y su propio viaje personal.
Por Marcel Uwineza, SJ -
Región Ruanda-Burundi
[De la publicación "Jesuitas 2021 - La Compañía de Jesús en el
mundo"]
Los orígenes de las heridas de Ruanda son múltiples.
Entre ellos figuran la desigualdad precolonial; la racialización de los
ruandeses en la época colonial; las crisis económicas y políticas de los años
ochenta y noventa y la frágil base regional y de clase de una facción política
decidida a conservar el poder del Estado; la gran sensibilidad de las
relaciones entre hutus y tutsis tanto en Ruanda como en Burundi y la política
de identificación étnica que fue fundamental para la aplicación de los planes
de genocidio, etc. Analizando el trágico pasado de Ruanda, el genocidio contra
los tutsis no se produjo solo porque los líderes hubieran dado órdenes a sus
subordinados. Los asesinos no se limitaron a obedecer a la autoridad. Estaban
convencidos de que tenían que matar no solo porque la propaganda destilaba
miedo y odio, sino también porque su sociedad había estado desde hacía mucho
tiempo sumida en la violencia y se encontraba más allá de cualquier obligación
moral.

Innumerables personas murieron, incluyendo tres jesuitas: Inocente Rutagambwa, Patrick Gahizi, y Chrysologue Mahame. El país estaba en ruinas: había cadáveres por todas partes; una enorme cantidad de viudas y huérfanos; las casas demolidas caracterizaban cada colina. Todos los ruandeses resultaron dañados, independientemente de su «etiqueta» étnica, aunque hubo diversos grados de daño. El espantoso pasado de Ruanda es una afrenta a la ética de la responsabilidad. Théoneste Nkeramihigo, SJ señala: «a menos que se acepte que la pertenencia a una comunidad étnica constituye un castigo que merece la pena capital, nada justifica el exterminio de tantos seres humanos convertidos en víctimas simplemente por ser quien eran».
La Iglesia ruandesa debe asumir como un imperativo teológico la necesidad de una triple conversión, moral, religiosa e intelectual. Casi desde sus comienzos, ha sido moldeada por la sensibilidad burguesa y de clase, la preocupación por la respetabilidad y el éxito material, la mera ortodoxia, una comprensión débil o fácil del Dios de Jesucristo, y un servicio solo de palabra a su Evangelio. La conversión moral significa que el criterio para la consideración social de una persona no debe derivarse de su pertenencia a una etnia o a un grupo determinados, sino de la dignidad inalienable de cada ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. La conversión religiosa implica la capacidad de dejarse aprehender por la «preocupación última». Es la permanente entrega de uno mismo a Dios sin condiciones. La conversión intelectual es un proceso continuo de búsqueda de la verdad arraigado en la «autotrascendencia del conocimiento», con el deseo de vivir una vida veraz.
Bajo el liderazgo de Jean Baptiste Ganza, el actual
Superior Regional, hemos sido invitados a una constante conversión y aún nos
queda mucho por hacer. Ha habido talleres y retiros para jesuitas cuyo tema era
la reconciliación. Para marcar el 25.º aniversario del genocidio contra los
tutsis, se organizó una Conferencia Internacional que reunió a teólogos,
obispos y líderes de diversos campos para que compartieran su experiencia sobre
cómo restaurar la paz y construir una reconciliación verdadera y permanente.
Las actas de esta conferencia se publicarán en un libro en tres idiomas. El
Centro Jesuita Urumuri ha tomado la iniciativa en el acompañamiento de los
jóvenes, cumpliendo así con una de nuestras Preferencias
Apostólicas Universales, la de atender a los jóvenes, que forman más de la
mitad de la población de Ruanda.

A nivel nacional, antes de 1994, los estudiantes que esperaban ingresar en instituciones educativas secundarias y terciarias eran clasificados por su origen étnico y en función del mismo recibían un trato preferente; esto se convirtió en un método para asegurar el desarrollo de las futuras élites. Si bien la calidad de la educación posterior al genocidio sigue dejando bastante que desear, la abolición de esta identificación de los estudiantes y los profesores por su etnia ha sido un logro. Entre los mártires ruandeses, se cuentan los niños de la Escuela Secundaria de Nyange, asesinados por la milicia Interahamwe en marzo de 1997, cuando se negaron a dividirse por motivos étnicos. Su sacrificio es una inspiración para la conversión de los corazones. El paso de una sola universidad nacional (de admisión restringida) en 1994 a más de diez universidades en el 2020 también ha cambiado la mentalidad de los ruandeses.
La conversión es un proceso, no solo un acontecimiento puntual. Ruanda todavía tiene que dar más pasos. La conversión debe partir del imperativo de la verdad, que debe tocar todas las «áreas» de las historias de Ruanda, abarcando también las heridas que aún están abiertas. Un año después del genocidio, Augustin Karekezi, SJ, escribió, «todavía tenemos razones para soñar». En ese primer aniversario, recordó las palabras de Jeremías –palabras que inspiran a la conversión para una nueva Iglesia–: «[Esto es lo que dice el Señor]: “Yo conozco mis designios sobre vosotros, designios de prosperidad, no de desgracia, de daros un porvenir y una esperanza”» (Jr 29,11).
¡Aquí va una nota final de esperanza! Durante los
últimos veinte años, Dios me ha ido guiando a través de una escuela del perdón.
Conocí al asesino de mis hermanos y hermana. Al verme, se acercó a mí. Pensé
que también venía a matarme a mí. Pero no podía creer lo que pasó: como si
fuera una película, se arrodilló y me pidió que lo perdonara. Después de un
tiempo de confusión, movido por una fuerza que no podría describir, lo agarré,
lo abracé y le dije: «Te perdono, el Señor ha sido bueno conmigo». Desde
entonces, me he sentido libre. ¡Sí, en algunos casos, perdonar significa hacer
lo inimaginable!