JRS-Grecia – Acercándose a los refugiados en Atenas
Tendemos a olvidarlo, pero Grecia sigue acogiendo gran cantidad de refugiados. Hemos oído hablar de la terrible situación en los campos de refugiados de la isla de Lesbos, que el Papa Francisco ha visitado ya dos veces. Pero son muchos también los refugiados que viven en el corazón de Atenas. Allí les atiende el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS). Nos hemos puesto en contacto con Anna Kapralou, directora del JRS-Grecia. Hemos hablado también con voluntarios de su equipo, cuyos testimonios se publicarán en un próximo artículo. Sus palabras reflejan gran afecto por los refugiados. En la actualidad la mayoría son afganos y africanos, sobre todo congoleños y cameruneses. Pero, en número cada vez mayor, están llegando al país refugiados ucranianos.
Anna
Kapralou, nacida en Atenas, es trabajadora social, y eso la llevó a
comprometerse con el JRS antes de que se instituyera el puesto de director
nacional. Está encantada de tener esta oportunidad de trabajar en un contexto
donde se dan la mano su profesión y su fe.

“Me afectó mucho ser testigo de la crisis de los refugiados en Grecia, incluso aquí en la capital. En la Plaza Victoria, cerca de aquí, y en muchas calles de la ciudad, veías cientos de personas durmiendo en el suelo. Gente cansada y desesperada. Fue para mí una llamada de alerta. En Grecia el JRS es pequeño; no podemos hacer gran cosa, pero lo poco que hacemos significa mucho para aquellos a los que llega nuestra ayuda. No estamos en los campamentos; ayudamos a las personas que viven en la ciudad, solucionando sus necesidades básicas: trámites, ropa y productos de higiene en el “magazi”, a veces también comida. Organizamos clases y actividades para los niños.”
Anna,
antes de unirse al JRS, no conocía a los jesuitas; admira cómo se comprometen
con los refugiados, la labor de incidencia que hacen a su favor. En general
creyó descubrir en los jesuitas los valores que para ella son importantes. ¿Qué
le hace sentirse más orgullosa? Que hayan sido capaces de ayudar a tanta gente
durante el largo periodo de la pandemia, incluso durante el confinamiento,
cuando profesores y facilitadores repartían fotocopias, organizaban actividades
on line, respondían a las emergencias
cuando los servicios públicos habían quedado en buena parte paralizados.

También está muy contenta de haber colaborado con organizaciones de distintos países europeos que han enviado voluntarios. Son grupos de cuatro o cinco, que vienen por períodos de entre seis meses y un año, y que se comprometen a fondo con las familias con las que contactan. Anna agradece especialmente el apoyo de las religiosas, Hermanas Servidoras del Espíritu Santo: “Los voluntarios van y vienen; las hermanas proporcionan estabilidad y son al corazón de la organización”, dice.
Todo
el equipo trabaja en un contexto que les supera por su magnitud. El reto de
acoger y acompañar a los refugiados no va a desaparecer. Aunque Anna admite que
es difícil ser optimista, espera que el gobierno griego y la sociedad en su
conjunto se abran más a lo que los refugiados pueden aportar y les hagan más
espacio. Como griega, también espera que los refugiados decidan integrarse en
la sociedad griega, que aprendan el idioma y lleguen a disfrutar de la cultura
que les rodea. Para las mujeres, en particular, será una forma de irse distanciando
psicológicamente de las tensiones, la explotación y la violencia que han
sufrido en sus países de origen o durante el penoso viaje hasta Grecia.