Homilía para la fiesta de San Alonso, el portero
Por Pierre Bélanger, SJ
Alonso Rodríguez ha tenido una trayectoria inusual en la Compañía de Jesús, ¡y no es el único! Muy joven, aún adolescente, al morir su padre, se hace cargo, como empresario, del negocio familiar, se casa y tiene tres hijos... pero pronto mueren su mujer y sus hijos. Está desorientado y pide consejo a los jesuitas de Segovia (España). Esto le lleva a solicitar su ingreso en la Compañía. Le consideran demasiado mayor - ¡35 años! - y sin ningún tipo de formación universitaria. Como consecuencia no es admitido como escolar sino como hermano y recibe como destino el Colegio Montesión en Palma de Mallorca, ya en sus tiempos de novicio.
Allí
fue portero durante 37 años. Una tarea que puede parecer poco importante, pero
que lo era entonces y lo sigue siendo hoy, aunque el oficio haya cambiado mucho.
En los obituarios de San Alonso se lee: “El cargo de portero era de gran
confianza y responsabilidad, porque el portero era la cara pública de la
comunidad”. Y también: “Trataba siempre de caracterizar a las personas que se
encontraba con la virtud en la que cada uno destacaba (el útil, el humilde, el
trabajador) e intentaba descubrir a Cristo en todos los que llamaban a la
puerta”.
Al final de mi bachillerato y durante mis años de universidad, en el ‘Collège des Jésuites’ de Québec, tuve ocasión de realizar un pequeño trabajo. Durante unas horas a la semana por las tardes y los fines de semana, hacía de recepcionista, en una época en la que el acceso al teléfono de los jesuitas y al del Colegio pasaba por recepción: 1,25 dólares la hora, el salario mínimo. Apreciaba mucho este pequeño sueldo pero sobre todo el “estatus” de “colaborador” del colegio y de la comunidad. Y creo poder decir que era consciente de ser el “primer rostro” de la institución para los que llamaban o se acercaban a la puerta. Careciendo del grado de santidad de San Alonso -¡no tenía esa santidad que me hubiera permitido ver al mismo Cristo en todos! - realizaba una tarea de servicio que creo jugó un papel esencial en el proceso de mi elección para entrar en la Compañía de Jesús, un papel en mi vocación.
Alonso Rodríguez, muy humildemente y sin ser siempre consciente de ello, sirvió de ayuda a muchas personas que se acercaban a él en la portería del Colegio Montesión.
Estar
ahí, a la puerta, disponible... he estado meditando estos últimos días sobre el
oficio de portero, imaginando las decisiones administrativas que se han ido tomando
durante años para sustituir a los porteros por “sistemas informatizados”. Me ha
hecho pensar en Andrea y Nicolò, los recepcionistas de la Curia. Frecuentemente
me he preguntado si es razonable, desde el punto de vista de la rentabilidad
económica, pagar a estos hombres tantas horas, sin que tengan otra tarea que recibir
a los visitantes y a los huéspedes. He tomado la decisión de rezar por ellos y
sus familias. Porque ofrecen gratuidad, apertura y sencillez en la acogida, y
esas son las virtudes que la fiesta de hoy quiere subrayar.