Contemplación del lugar: La CP71 y Loyola

Vivimos en un mundo en el que Internet une océanos y puede parecer anticuado reunir físicamente, en un mismo espacio, a personas de todo el planeta. Cuando no hay razonamiento que no pueda tuitearse, pregunta que no pueda formularse, reunión que no pueda celebrarse y transmitirse por zoom, y no hay curiosidad, por caprichosa que sea, que no pueda satisfacerse en unos segundos con Google, ¿a qué viene tomarse el trabajo y afrontar el gasto que supone viajar, con el único fin de reunirse?

Muchos ejecutivos suelen decir que los viajes de negocios les permiten establecer contactos y redes, tener relaciones cara a cara y conectar personalmente entre reunión y reunión. También los delegados de la 71ª Congregación de Procuradores pueden aducir una razón muy importante para estar reunidos en Loyola, España:

Composición de lugar.

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Un jesuita aprende, desde el comienzo de su formación, a empeñar la imaginación “componiendo” el lugar para “contemplar”: es un modo de oración que pone en movimiento la inteligencia, la imaginación y los sentidos. Supone que, para situarnos en la escena, hemos de utilizar todo lo que sabemos de un pasaje de la Escritura de modo que nos metamos en la escena misma: sentir, oír, ver, oler. Una contemplación de este tipo logra que se capte mejor no sólo la Escritura, sino nuestros mismos deseos y sentimientos, nuestros sesgos personales, los retos, desafíos y llamadas que se nos proponen.

Para los delegados de la CP71, que han recibido el encargo de impulsar hacia delante la Compañía de Jesús en fidelidad a Ignacio de Loyola, reunirse en la casa del Santo significa algo más que visitar un grato lugar de retiro. Es llegar al espacio más adecuado para poder contemplar y discernir.

Evoquemos la contemplación final de los Ejercicios [Ej 237] en la perífrasis que hace de ella David Fleming, SJ:

“El amor de Dios resplandece sobre mí como los rayos de la luz del sol, o como si el amor de Dios se derramase abundantemente, como una fuente que vierte sus aguas en interminable corriente.”

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La CP71 sucede casi exactamente 502 años después del día en que Ignacio fue herido y confinado en su casa familiar. Los delegados viven los mismos cielos grises, la lluvia y la fría ventisca que Ignacio veía a través de su ventana. Loyola se halla en un fértil valle, con verdes colinas que se elevan a ambos lados, eso hace que la lluvia se acumule en los arroyos que bajan desde las colinas y dan vida al valle. De vez en cuando, un rayo de sol atraviesa las nubes haciendo brillar el agua y dando a Loyola un aspecto como de otro mundo. Vivir estas cosas da a los delegados una profunda visión de Ignacio, imposible de lograr por medio de una mera descripción o una fotografía.

Los delegados han dejado transcurrir horas sentados en la misma habitación en la que Ignacio vivió su conversión. Han recorrido los mismos pasillos, sintiendo y escuchando bajo sus pies aquellas vigas de madera que Ignacio pisó de joven. Han merodeado por los campos en los que Ignacio corría de niño, han contemplado lo que veía él. Han olido el mismo aire, han sentido el viento, la lluvia y el sol que sintió Ignacio, hace tantos siglos, cuando se entregó a Dios.

Estar aquí les ha permitido hacer composición de lugar para la contemplación que conducirá a la Compañía hacia su futuro.

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Publicado por Communications Office - Editor in Curia Generalizia
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