En una carta publicada a finales de diciembre, el P. Thomas Smolich, Director Internacional del JRS, repasa el año 2019 a la luz de los compromisos y logros de esta ONG jesuita, una de las más presentes entre las ONGs que trabajan con refugiados y desplazados. Su reflexión de dimensión espiritual da un sentido muy actual a la esperanza que sostenía al profeta Isaías cuando escribió: “Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas”.

A continuación la carta del Padre Smolich:

Repasando 2019, me vienen a la memoria personas que he conocido este año. Mujeres y hombres desplazados por la fuerza que traen a mi espíritu la presencia de Dios: el personal que acompaña y sirve de forma que supera lo que de ellos se dice, así como la familia extendida del JRS, cuyo apoyo espiritual y económico sostiene nuestra misión… los tengo a todos muy presentes ahora que nos preparamos para 2020.

A menudo escucho la palabra “resiliente” cuando hablamos de las personas desplazadas por la fuerza. Los individuos resilientes pueden soportar y superar la adversidad en sus múltiples formas, y ésta es una cualidad que define a muchos de los refugiados que he conocido este año. Sin embargo, es un vocablo que puede dejar a los refugiados en la distancia: los cedros del Líbano y los muros de piedra también son resilientes.

La palabra netamente humana para resiliencia es esperanza. La esperanza es una virtud y una perspectiva, una gracia que nos permite vivir hoy a pesar de un futuro que ni está claro ni asegurado. Esperanza no significa optimismo, la discutible opinión que el mañana será mejor. La esperanza nace del sufrimiento, da fuerza a los exhaustos y reúne a las personas para ir dando forma a un porvenir guiado sobre todo por el amor de Dios. En palabras del ex director internacional del JRS, Mark Raper SJ, «La esperanza es una promesa enraizada en el corazón… (la esperanza) nos capacita para vivir de lleno en el momento presente».

A lo largo de este año, he tenido la bendición de experimentar la esperanza en muchas de sus formas. Fui testigo del modo en el que una refugiada rohinyá daba testimonio de la manera de prepararse para liderar el aula y cómo ello fue el catalizador para descubrir su voz como mujer. Ella encuentra la esperanza donde más de un millón de rohinyás en los campos de refugiados no hallan una solución que resuelva su desplazamiento, mientras el mundo parece indiferente.

En Maban, Sudán del Sur, oí a los educadores hablar de la importancia de la capacitación para los docentes que se ofrece a los refugiados, a la comunidad local y a los desplazados internos sur sudaneses. Muchos de ellos ya recibieron educación del JRS siendo niñas y niños en los campos de refugiados de Uganda hace veinte años; su esperanza sigue dándoles inspiración y estímulo.

En Soacha, Colombia, conocí a una madre venezolana que había salido de su país junto con su esposo y su bebé porque no podían encontrar medicamentos para su hijo mayor epiléptico. “Cuando llegamos, estaba acurrucado como una pelota; ahora vuelve a caminar”. La esperanza vive y agradece.

La esperanza, por supuesto, tiene por base la fe de los refugiados y nuestra fe como apostolado de la Compañía de Jesús. La esperanza permanece vacía si no hay amor y, como nos recuerda San Ignacio, el amor se muestra mejor con hechos que con palabras. Sin embargo, haciendo frente a la oposición, al trauma y al sufrimiento, la esperanza reina: las lanzas se transforman en podaderas.

Que estas fiestas estén llenas de esperanza para todas y todos, y que 2020 nos traiga un futuro construido sobre la esperanza, así como sobre un amor que se demuestra con hechos, para las personas que sufren desplazamiento forzado en el mundo entero.