El obispo Christophe Munzihirwa: testigo de la libertad interior y el discernimiento espiritual
No hace mucho que Rigobert Kyungu Musenge SJ
defendió su tesis doctoral en el Instituto de Espiritualidad de la Universidad
Gregoriana. La tesis trata de Monseñor Christophe Munzihirwa, obispo jesuita de
Bukavu, asesinado el 29 de octubre de 1996. Más precisamente, lo que quiere
describir es el testimonio de libertad interior que este jesuita ofrecía en su
compromiso por la paz y por la defensa de los refugiados en el este de la
República Democrática del Congo, entonces Zaire. Rigobert es una figura muy
conocida en la Curia General ya que, hasta 2018, fue Secretario para la
Asistencia de África y Madagascar. También fue miembro de la 36ª Congregación
General. El Padre General lo ha designado como el próximo Provincial de África
Central y tomará posesión de su cargo el 31 de julio.
Como advierte el autor, estamos ante una tesis
de espiritualidad y no de criminología. Sus objetivos eran claros y se
centraban en cómo el obispo Munzihirwa vivía la espiritualidad ignaciana en su
búsqueda de la voluntad de Dios a través del discernimiento espiritual. El autor
evoca al ex obispo de Bukavu como “un modelo de fidelidad, firmeza, libertad
interior y audacia profética en un mundo plagado de antivalores”. El
discernimiento, según Rigobert Kyungu, es una vía esencial para distinguir los
verdaderos profetas de los falsos y para llegar a elecciones responsables en la
práctica de la fe. Es un instrumento particularmente útil para los congoleños y
otros pueblos africanos que buscan caminos de paz. Además, el discernimiento
vivido por el obispo Munzihirwa es un ejemplo de inculturación, porque se basa
en la necesidad de escuchar, un valor tan acendrado en su cultura africana.
Este obispo sabía cómo ser totalmente africano, cristiano y jesuita.
Hablando de la espiritualidad que marcó la vida y el compromiso del arzobispo de Bukavu, Rigobert Kyungu dice que quería “destacar el matrimonio entre la espiritualidad ignaciana de origen europeo (occidental) y la cultura africana”. Sobre la base de los valores africanos a los que estaba apegado, el obispo jesuita supo integrar e interiorizar las principales líneas de la espiritualidad ignaciana. Este testimonio que la tesis pone de relieve podría ser un estímulo para que los africanos se sientan cómodos entrando en la perspectiva de la espiritualidad desarrollada por Ignacio de Loyola sin por ello sentir una alienación cultural.
El capítulo que trata del
ministerio episcopal del obispo Munzihirwa en Bukavu y su martirio es sin duda lo
más impresionante de la tesis. Christophe Munzihirwa no estaba sin faltas y la
tesis no lo niega. Pero su compromiso como pastor y el don de su vida compensaron
todo lo demás. Desde su llegada a Bukavu, el nuevo arzobispo se presentó como
centinela de la ciudad. Buscó vivir con su propia gente, cerca de sus ovejas.
Se vestía como la gente sencilla y eligió quedarse con ellos en medio de la
tormenta de violencia que se abatía sobre la ciudad. Otros, muchos otros,
habían huido. Fue con plena conciencia y siguiendo un discernimiento realizado
en la oración que aceptó afrontar el peligro que sus conciudadanos estaban
sufriendo. Fue un mártir por fidelidad a su pueblo y al mismo tiempo fue
testigo del Evangelio.
Hemos pedido a Rigobert Kyungu que nos diga cómo este trabajo académico sobre el Obispo Munzihirwa le ha impactado a nivel personal o espiritual. Aquí está su testimonio:
Lo que me conmueve es cómo era un buscador incansable, siempre insatisfecho con sus pesquisas; quería llegar al fondo de las cosas, tanto espiritual como intelectualmente. En el plano espiritual, descubrió la espiritualidad ignaciana a través del contacto con los Misioneros de África, que fueron sus primeros formadores. Atraído por la vida religiosa, dejó la diócesis donde había sido sacerdote durante cinco años, para entrar en la Compañía de Jesús, con el fin de profundizar en la espiritualidad ignaciana. En el plano intelectual, aprovechaba todo su tiempo libre para investigar en la biblioteca. Antes del episcopado, se dedicó a su investigación doctoral, pero nunca completó su doctorado, por un lado porque continuaba buscando sin cesar, y por otro lado porque siempre se le pedía que asumiera grandes responsabilidades. Por lo tanto, era un hombre de “profundidad”, al estilo de Adolfo Nicolás.
También admiro su libertad interior. No estaba
apegado al poder, ni a los bienes, ni a su valor. Esta libertad, adquirida en
el orgullo de su cultura y fortalecida por los Ejercicios Espirituales, le hizo
un hombre de la palabra profética,parresía. Sabía cómo desafiar las conciencias y
decir la verdad sin temer nada, ni siquiera la muerte. Es una libertad que está
ligada al discernimiento espiritual ignaciano. Finalmente, también hay el
arraigo cultural. Educado en los valores de su cultura, hizo buen uso de ellos
durante toda su vida. Mi tesis analiza unos cincuenta proverbios que él usaba
en sus escritos. En nuestro país, un hombre que usa bien los proverbios es un
verdadero sabio. Pero como hombre de la Iglesia, esto se traduce en la
inculturación, que le fue tan querida, desde la reforma del Vaticano II hasta
la celebración del primer Sínodo para África en 1994.