Luchar contra la exclusión social: un desafío para la Compañía en Europa occidental
Fin de curso. Todo el equipo de la escuela de producción de Toulouse está reunido ante el ordenador de la secretaria. Ella hace clic y descubrimos que todos nuestros alumnos han obtenido el diploma profesional de tornero fresador. Nos invade entonces una enorme alegría. Estos jóvenes llegaron a nosotros con 15 o 16 años, desanimados, sin confianza en sí mismos, tras años de fracaso escolar, de exclusión y de estar relegados en barrios pobres. Y he aquí que, dos años después, tienen su primer diploma y van a encontrar trabajo en un oficio valorizado, a la vanguardia de la industria aeronáutica. Alegría por esos jóvenes, alegría por todo el recorrido que hemos hecho juntos, pero también la alegría de esa buena noticia que sabe a Evangelio: los más marginados de la sociedad pueden tener un lugar en ella.
Así experimentamos en la red Loyola Formation, constituida por unos quince centros de formación de este tipo dentro de la Provincia de Europa occidental francófona (EOF), lo poderosa que resulta la pedagogía ignaciana con jóvenes en dificultad. La mezcla social es también una palanca importante: entre esos centros están las escuelas de producción que el Institut Catholique des Arts et Métiers (ICAM - Instituto católico de artes y oficios) ha querido abrir en cada una de sus seis escuelas de ingeniería para ofrecer verdaderamente un lugar a esos jóvenes, en medio de los estudiantes universitarios.
Por muy ricas que sean nuestras sociedades occidentales, están fabricando continuamente exclusión. Así, el apostolado social de nuestra Provincia intenta luchar contra esto, especialmente demostrando que los más frágiles, los más marginados, tienen su lugar, y primeramente en nuestras instituciones y comunidades. La batalla no está ganada, porque nosotros mismos estamos también atravesados por ese mecanismo de fondo de nuestras sociedades.
El sector educativo tiene que enfrentarse a un
desafío importante: ampliar el reclutamiento en algunos de nuestros grandes
centros escolaresde barrios acomodados para
evitar que sigamos reforzando una especie de
endogamia social. Algunos centros en Francia han iniciado acciones en este
sentido: apertura de clases reducidas para alumnos que habían abandonado la
escuela o que vienen del extranjero, cooperación con un centro de un barrio muy
pobre, etc. Evidentemente, aún queda mucho por hacer. En Bélgica, las cosas se
mueven más rápido, porque ahora la ley obliga a los centros a tener un buen
porcentaje de jóvenes de ambientes desfavorecidos.
Esta apertura se va dando también poco a poco en otros campos de apostolado. Por ejemplo, el centro de espiritualidad de Penboc’h, en Bretaña, acaba de ser refundado con el proyecto de acoger a personas minusválidas o en situación de precariedad social lo mismo que a ejecutivos del mundo empresarial. La casa Magis, que acabamos de inaugurar en pleno centro de París, acoge igual de bien a estudiantes para actividades pastorales, a jóvenes profesionales que practican el coworking y a solicitantes de asilo en busca de integración. El Service Jésuite des Réfugiés (JRS - Servicio Jesuita a Refugiados) ha fomentado la acogida y el alojamiento de solicitantes de asilo en familias y, por consiguiente, también en bastantes de nuestras comunidades.
Junto a esto, nuestra Provincia ha estado marcada por el compromiso de los sacerdotes obreros a partir de los años 60. Por medio de su trabajo, su compromiso sindical y su lugar de residencia, algunos compañeros jesuitas se unieron a aquellos que estaban en lo más bajo de la escala social y de quienes la Iglesia estaba lejos. Hoy están jubilados, son ancianos; algunos trabajan todavía como voluntarios en asociaciones. La herencia que nos han dejado son unas pocas pequeñas inserciones comunitarias en viviendas sociales de barrios muy populares. Allí viven compañeros que a menudo tienen otra misión, a veces en la parroquia del barrio o participando en las asociaciones locales, y, en la región parisina, algunos escolares jesuitas. La gratuidad de la presencia diaria, la sencillez de ese modo de vida y la proximidad a los excluidos permiten interactuar con ellos y aprender a ver el mundo desde su punto de vista.
Ir al encuentro de esas personas así, en sus barrios, es un desafío para nuestra Provincia, pues la mayor parte de los compañeros jesuitas, debido a su misión, se codean principalmente con medios sociales acomodados o muy acomodados. La gran debilidad del cristianismo en los ambientes populares, la disminución de nuestros efectivos, la preocupación por formar a las élites y otros muchos factores nos han conducido a esta situación.
He aquí dos movimientos del apostolado social de nuestra Provincia: por
un lado, intentar incluir a esas personas en nuestras comunidades e
instituciones, para permitirles recuperar un vínculo con la sociedad
establecida; por otro, para algunos compañeros jesuitas, vivir sencillamente en
sus barrios o bien tener una actividad social principal trabajando por su
integración y por una mayor justicia en la sociedad.
[Artículo de la publicación "Jesuitas - La Compañía de Jesús en el mundo - 2020", por Jérôme Gué SJ]