Un espejo llamado «migración»
Por Kim Min, SJ
El año pasado, cuando estuve en la isla de Jeju, uno de los destinos vacacionales más populares de Corea, vi a un musulmán que vendía sushi en el mercado. Me di cuenta de que era una de las 555 personas que habían llegado a Jeju huyendo de la guerra civil en Yemen. Su llegada dejó a los coreanos desconcertados. En su larga historia, la península de Corea siempre se mantuvo alejada del fenómeno migratorio. Solo tras la colonización japonesa, empezó Corea a participar más activamente en la dinámica de los movimientos demográficos. Corea había sido un país de emisión más que un país receptor. Desde Corea salieron numerosos refugiados hacia Japón, Estados Unidos y los países de Oriente Medio. De repente cambió la situación. Los coreanos empezaron a darse cuenta de que tenían nuevos y buenos vecinos con el bonito nombre de «trabajadores migrantes». Corría el año 1988. Pero... ¡refugiados! ¡Y musulmanes! La primera reacción de los coreanos corrientes fue un sentimiento de desconcierto, al que sucedió un sentimiento de ira.
La presencia de los musulmanes en Corea no ha sido reconocida. Durante
la guerra de Corea, Turquía envió tropas para ayudar a Corea del Sur, y este
fue el comienzo de la historia de los musulmanes en el país. Su número es
todavía insignificante: en Corea hay 200.000 musulmanes, incluyendo a
30.000 musulmanes coreanos. La presencia de los musulmanes generalmente
pasa desapercibida a la gente del país. Sin embargo, cuando un trabajador
coreano fue decapitado por un grupo terrorista musulmán en Irak en 2004, la
imagen de los musulmanes quedó estigmatizada en Corea. Por eso el pueblo
coreano considera al musulmán como un ser de carácter fantasmal. Es una imagen
lamentable y que resulta terrible e insoportable para los musulmanes. Su
presencia desapareció de la vista. Los periodistas configuraron esta imagen de
los musulmanes en Corea con mucho éxito. Sin embargo, de repente los refugiados
se presentaron a las puertas de la península coreana.
Según una encuesta de junio de 2018, el 49% de los surcoreanos estaba en contra de aceptar refugiados yemeníes, y el 39% estaba a favor. Cuando el Gobierno les concedió permiso de trabajo, el pueblo coreano protestó contra la política gubernamental, alegando que el Gobierno estaba permitiendo a los refugiados robar los puestos de trabajo de su propio pueblo. La persona que me encontré en el mercado era una de las que viven con este doloroso bagaje.
Aparte de su trágica historia, el perfil del trabajo de este hombre es muy interesante, porque yo nunca imaginé que un musulmán pudiera trabajar en un restaurante que vende sushi. Me preguntaba: «El sushi... ¿es haram o halal? ¿Los musulmanes tienen permitido tocar el sushi?». Todavía no tengo una respuesta.
Pude percibir un extraño sentimiento de
familiaridad. ¿De qué se trataba? Pronto me di cuenta de que la escena de Jeju
se parecía mucho a otra sucedida en Shimonoseki. Los zainichi son los
extranjeros que viven en Japón. Cuando estuve en Shimonoseki el año pasado, fui
con el objetivo de construir una base de acuerdo para nuestra misión de
reconciliación con la North Koreanophile School (una escuela para
personas procedentes de Corea del Norte). Recordé la historia de las viejas
generaciones y de los adolescentes, una historia de discriminación y de lucha
por su parte para preservar su identidad coreana. Ya he mencionado la semejanza
entre los refugiados en Corea y la imagen del fantasma. La imagen del zainichi
también es la de un fantasma: algo oscuro, peligroso y terrorífico. Los zainichis
de origen surcoreano solían ser reacios a mostrar su identidad abiertamente;
usan nombres japoneses y van a las escuelas ordinarias de Japón. Pero los zainichis
de origen norcoreano son muy duros y valientes: insisten en usar su nombre
coreano y algunos van a su propia escuela. El problema es que su título no
tiene reconocimiento legal, lo que les supone una enorme desventaja para seguir
adelante con los estudios superiores.
Resulta extraño que los surcoreanos que protestan ante el Gobierno japonés por los derechos de sus compatriotas en Japón exijan que el Gobierno coreano deje de permitir la entrada de refugiados en Corea. La expresión «doble rasero» se puede aplicar perfectamente en este caso.
Los refugiados y los migrantes son un espejo de cómo tratamos y cómo
miramos a los otros. China, Japón, Corea y Singapur son países emisores. Al
mismo tiempo, Taiwán, Japón, Corea y Singapur (pero no China) están sufriendo
una crisis demográfica. La afluencia de inmigrantes es inevitable. Si no, la
única opción es la autodestrucción. Por eso es por lo que Abe Shinzo, el primer
ministro de Japón, ha lanzado una nueva política migratoria que permite entrar
a más trabajadores extranjeros en el país. Más migrantes acudirán rápidamente a
estos países. La presencia de inmigrantes y refugiados es una maravillosa
ocasión para mirarnos a nosotros mismos con claridad y una oportunidad de
gracia para vivir una vida profética. La actitud hostil hacia los refugiados y
migrantes, irónicamente, nos invita a seguir el camino de la cruz.
[Artículo de la publicación "Jesuitas - La Compañía de Jesús en el mundo - 2020"]