La misión que Edwin Henríquez, sacerdote de la diócesis de San Salvador, recibió de su obispo ha dejado una profunda impresión en él. Hoy da testimonio del recorrido humano y espiritual que ha realizado a lo largo de su vida “en compañía” de Rutilio Grande, desde su adolescencia hasta su labor como vice postulador de la fase diocesana del proceso de beatificación del jesuita asesinado en 1977.

Por Edwin Henríquez, sacerdote diocesano
Vice postulador de la causa de beatificación

Mi nombre es Edwin Henríquez, soy sacerdote desde enero 2008. Mi pueblo natal es Aguilares; la casa de mis padres queda a 100 metros de la parroquia del Señor de las Misericordias, la parroquia donde laboraba Rutilio Grande. Del padre Tilo escuche hablar por motivo de la conmemoración de cada 12 de marzo. Cada año, junto con la preparación de la cuaresma, también se preparaba la peregrinación del 12 de marzo, para terminar la misa que Tilo no pudo ni comenzar, porque a medio camino fue martirizado.

Cuando cumplí 18 años salí de mi pueblo para iniciar los estudios en el Seminario San José de la Montaña. Fue en mi etapa de formación para el sacerdocio que tuve la oportunidad de conocer más del padre Tilo, leer su biografía, conocer su relación con monseñor Romero. Sin duda alguna puedo afirmar que el testimonio del padre Tilo siempre ha estado presente en mi vida, tanto porque somos del mismo pueblo y por la vocación al sacerdocio para servir a los hermanos.

En el año 2015, Monseñor Urrutia, quien se encargó de la causa de Monseñor Romero, me comunicó la noticia que el arzobispo de San Salvador había iniciado la causa de Rutilio Grande y que me nombraba a mí vice postulador de la causa en la fase diocesana. Para mí esto fue una gran alegría: significó sentirme más cerca del padre Tilo, su predicación, su trabajo pastoral en Aguilares, su amor a Dios, su cercanía a los pobres para compartir con ellos sus sufrimientos y penas, gozos y esperanzas, y así tocar la carne de Cristo entre los más necesitados.

En un primer momento no pensé en el trabajo que se iba hacer, si era mucho o poco en la instrucción de la causa, sino en la misión que esto significaba de dar a conocer la auténtica vida de Rutilio: por qué vivió y murió de cruelmente aquel día al caer la tarde en camino a celebrar misa. Esta era la oportunidad de presentar un testigo de una iglesia en salida, un pastor con olor a oveja, a calle polvorienta y fiesta del maíz. Un hombre que murió entre su gente, un anciano y un joven; que les hablaba en una forma tan cercana, como un campesino más, poniéndole “patas” al evangelio. A todos les decía que la fe cristiana no debía ser “rezadoras cohetonas” que explotan allá arriba, en el cielo, sino que aquí abajo había que armar el “bonche”. Tilo les enseñó a leer y escribir, a conocer su dignidad, su vocación de cristianos, sus derechos y cumplir sus deberes, a trabajar para construir el reino de Dios, teniendo bien claro que “no nos salvamos individualmente, sino en “matata”, en “mazorca”, en “racimo” en comunidad.

En su sencillez Tilo también era firme para denunciar las falsas acusaciones de que el evangelio era comunista e igualmente los curas. El 13 de febrero 1977, en Apopa, denunció que para el sistema gobernante de turno “si Jesús viniera, entrando por Chalatenango hacía San Salvador, no llegaría ni a Guazapa, y allí lo detendrían por subversivo y duro con él”. Todo para el pueblo cristiano siempre ha estado claro, el padre Grande es un pastor, que dio la vida por sus ovejas. Hoy la beatificación nos anima a seguir su ejemplo haciendo un camino junto siendo cercano a los pobres y necesitados.

Documentación disponible sobre el P. Rutilio Grande y su beatificación en la sección de prensa de jesuit.media.