“El mundo de hoy necesita personas que se entreguen del todo”
El 31 de julio de 2022, fiesta de San Ignacio, los jesuitas y toda la familia ignaciana hemos celebrado en Loyola, donde todo comenzó para aquel hombre transformado por la gracia de una llamada del Señor, la clausura del «Año Ignaciano». «Celebrábamos» la vivencia de conversión que tuvo Ignacio, 500 años después de que una «bala de cañón» quebrara una de sus piernas. Hemos entendido con él que Dios nos llama a «ver nuevas todas las cosas en Cristo». Hemos escuchado la llamada a ser peregrinos como Ignacio, a salir al mundo, a seguir a Jesús pobre y humilde, y a entregarnos como él, simplemente, amando y sirviendo.
El
Año Ignaciano, proyecto de la Compañía de Jesús que se ha vivido en todo el
mundo, finalizó con una Eucaristía de acción de gracias presidida por el Padre
Arturo Sosa, Superior General, en la Basílica de Loyola. He aquí algunos pasajes
de la homilía en la que el Padre Sosa nos invita a dirigir nuestra mirada hacia
el futuro, adquiriendo el compromiso de mantener vivo el espíritu de Ignacio,
ese don de nosotros mismos que es nos empuja para en todo amar y servir.
Homilía del Padre General
31 de julio de 2022
Durante todo el año hemos pedido la gracia de ver nuevas todas las cosas en Cristo. Es la mirada del Crucificado-Resucitado que nos hace sensibles al sufrimiento injusto de tantas personas y pueblos enteros, al mismo tiempo que renueva nuestra esperanza en el cumplimiento de las promesas del Señor de la Vida. En esta emblemática Basílica de Loyola, queremos renovar nuestro deseo de seguir más de cerca al Jesús pobre y humilde de los evangelios y de contribuir a predicar la cercanía del Reino de Dios a todas las gentes. Como signo de la elección de continuar caminando con Ignacio, junto con todas las comunidades de la Compañía en el mundo, renovaremos la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, que nos abre a la acción misionera guiada por el Espíritu del mismo Señor que seguimos y anunciamos.
Las lecturas de la Escritura, propias de esta solemnidad, iluminan el camino que se abre poco a poco a nuestro compromiso de vida y apostólico. El profeta Jeremías vive un momento tenso en su vida. Sus palabras, pronunciadas desde su experiencia de Dios, resultan incómodas a los poderes religioso y político, por tanto, lo expulsan…, lo alejan de su casa. En medio de tantas dificultades y a pesar de ellas, Jeremías permanece fiel a su experiencia interior. Las circunstancias externas que vive, por tensas que sean, no pueden apagar la experiencia interior de amor que Dios ha depositado en su corazón. (…)
Iñigo, nos ofrece un testimonio semejante cuando aquí mismo, en la Santa Casa, va recuperando su salud física y reconoce que el amor de Dios en su vida es más fuerte y grande que todos sus sueños de gloria, de grandeza, de vida cortesana. (…)
Como recuerda San Pablo a la comunidad de Corinto, las diferencias culturales entre las personas pueden crear divisiones en la comunidad cristiana que parecen irreconciliables. Pablo propone romper la tendencia a la división cambiado la mirada, como él mismo ha experimentado. Propone volver la mirada a Jesús, el crucificado-resucitado, quien no pretendió otra cosa que la gloria de Dios. Siguiendo el ejemplo de Pablo, que busca actuar como Jesús, se nos propone buscar la gloria de Dios, en cualquier cosa que hagamos. También Ignacio de Loyola adquirió esa mirada que le permitió ver nuevas todas las cosas.
Toda la vida de Ignacio fue un buscar apasionadamente ese amor de Dios, ser su servidor en todo momento. Trató con perseverancia que ese aliento vital lo recogieran todas las personas, de todos los estratos sociales, a las que acompañó espiritualmente. Acompañó prostitutas a cambiar de vida, recogió huérfanos, denunció injusticias, ayudó a superar divisiones, abrió colegios, gobernó a sus compañeros… Y todo ello con la única finalidad de que la persona creciera en el amor a Dios y a los demás, con una vida digna, entregada y fecunda, es decir, a la mayor gloria de Dios. (…)
Cuando a Ignacio y los primeros compañeros se les esfumaron sus planes de viajar a Tierra Santa, para seguir a Jesús más de cerca, y cuando aún no sabían qué sería de sus vidas, decidieron ir a Roma y ponerse a disposición del Papa, para seguir al Señor al servicio de la Iglesia. Ignacio y quienes lo acompañaban se detuvieron en una pequeña y destartalada capilla a hacer un rato de oración antes de entrar en la Ciudad Santa. En la pequeña capilla de La Storta Ignacio experimenta internamente, con mucha fuerza, que el Padre lo pone con su Hijo que carga con la cruz. Recibe, pues, la confirmación del deseo que ha venido madurando desde su conversión en Loyola: seguir de cerca al Señor Jesús, colaborando en cargar la cruz de la redención del género humano. A su entrada a Roma no tiene idea de lo que lo espera, no tiene claro qué estilo de vida emprender ni que obstáculos deberá vencer. Se ha quedado con un único punto de apoyo: poner toda su confianza en el Dios Uno y Trino que lo lleva a abrazar la cruz junto a Jesús.
Enamorarse, construir fraternidad, acompañar a Jesús, cargando con la cruz… Son tres acentos que las lecturas de la liturgia de hoy nos ayudan a reconocer en la vida de San Ignacio. Son, también, tres desafíos para todos nosotros cuando hacemos memoria de Ignacio de Loyola. Memoria que se convierte en pregunta sobre el sentido y rumbo de la vida de cada uno de nosotros y en inspiración para responder según el deseo del corazón de Cristo.
El mundo de hoy necesita personas que se entreguen con totalidad a amar y servir a los demás. Basta asomarse a las situaciones de vida que conocemos para caer en la cuenta de la principal urgencia del momento presente: encontrar personas entregadas a su tarea diaria, al servicio a los demás, en totalidad, con alegría y esperanza. Hombres y mujeres que aceptan la invitación de cargar la cruz y se ponen al servicio de los más vulnerables, colaborando en la construcción de un mundo más justo y una fraternidad auténtica. (…)
Nuestro tiempo es tan complejo como lo fue el de Ignacio de Loyola. Si aquí en Loyola comenzó para él un nuevo itinerario de vida con su conversión, hoy, otra vez en Loyola, cada uno de nosotros recibe la invitación a comprometerse con generosidad en el servicio de los demás, con una entrega total. Ese ha sido el objetivo que nos ha acompañado a lo largo de este año ignaciano, que ahora concluimos renovando la consagración de la Compañía de Jesús al Sagrado Corazón de Jesús.