El legado de Benedicto XVI para los jesuitas

El padre Federico Lombardi, jesuita y antiguo portavoz del Vaticano, estuvo cerca de Benedicto XVI durante su pontificado y tras su dimisión. Dirige la Fundación Vaticana Ratzinger - Benedicto XVI. Le preguntamos por qué los jesuitas y la Compañía de Jesús pueden recordar y dar gracias por la vida y obra del Papa emérito, fallecido el 31 de diciembre.

Por Federico Lombardi, SJ

Planteo cuatro puntos que presentan elementos del legado que Benedicto XVI deja a los jesuitas.

1 Primo Deum. En la Fórmula del Instituto de la Compañía se dice que todo jesuita “tendrá a Dios (primo Deum) ante los ojos mientras viva”. El padre Kolvenbach nos lo recordaba constantemente. Benedicto XVI ha repetido siempre que “conducir a los hombres a Dios, ésta es la prioridad suprema de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo... Abrir a los hombres el acceso a Dios, no a cualquier Dios, sino a aquel Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo, en Jesucristo crucificado y resucitado”. Esta es también exactamente la primera de las Preferencias Apostólicas reafirmadas por la Compañía desde 2019. Todo el pontificado, pero podemos decir mejor toda la vida de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI ha estado guiada por este principio y por una fe personal muy sincera.

2 Para prestar este servicio en el mundo marcado y transformado por la racionalidad científica, la fe debe tener el valor y la paciencia de buscar continuamente el diálogo y la confrontación con la razón. No tener miedo al debate, incluso con “los lejanos”, estar convencidos de que la razón y la fe se necesitan mutuamente en el camino de acercarse y servir a la verdad, por el bien de los seres humanos y de la creación, para desarrollar el humanismo que necesitamos hoy. Joseph Ratzinger fue un modelo de ministerio sacerdotal convencido de la importancia y la necesidad del estudio y la reflexión para conservar la “profundidad” de la que siempre hablaba nuestro antiguo Superior General, el Padre Nicolás.

3 El Papa Benedicto ha sido objeto de objeciones y críticas, pero nunca he oído a nadie decir que fuera un hombre que buscara y amara el poder. Incluso quienes aún no le comprendían se asombraban y admiraban de la humildad implícita en su renuncia al papado. Servir, “en todo amar y servir”, fue realmente su actitud, incluso cuando adoptó posturas claras o impopulares, por las que sabía que tenía que sufrir. Y nunca antepuso su “imagen” a la verdad de los límites y la presencia del mal en la Iglesia y en el mundo. En esto me recordaba al otro General de la Compañía, el Padre Arrupe, eminente maestro del espíritu de servicio generoso y humilde.

4 En un discurso muy reciente, el Papa Francisco mencionó los ojos de Benedicto, hablando de “esos ojos contemplativos suyos que siempre muestra”. Captó con agudeza un aspecto que impresionaba a quienes conocían de cerca a Benedicto: la mirada desde la que su “ver fuera, más allá” se manifestaba, no en casos excepcionales, sino en la vida ordinaria y cotidiana. A los jesuitas nos gustaría ser “contemplativos en acción”, a la escuela de San Ignacio. Benedicto ciertamente lo era, incluso cuando cargaba con las más altas responsabilidades.

Por estas razones, entre otras muchas, creo que nosotros, jesuitas, podemos dar gracias a Dios por el don y el ejemplo que nos ha dado a través del Papa Benedicto, para responder a nuestra llamada en la Compañía de Jesús.

[Foto en la Basilica de San Pedro: © Vatican Media]

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Publicado por Communications Office - Editor in Curia Generalizia
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