Un hogar en Loyola House
Greg Kennedy, SJ - Provincia de Canadá
[De la publicación “Jesuitas 2022 - La Compañía de Jesús en el mundo”]
Un centro de retiro que se convirtió en un refugio para los que se quedaron sin hogar durante la pandemia.
«Todo estará bien al final, y si no está bien, es que no es el final.»
Esta declaración de una fe muy profunda no es de Juliana de Norwich, sino que pertenece a un místico menos conocido: Sonny Kapoor, el entusiasta propietario de El exótico Hotel Marigold, en la película de 2012 del mismo título. Es una comedia encubiertamente cristiana en cuanto que narra múltiples historias de reconciliación, conversión y resurrección, todo ello en el seno de una comunidad heterogénea de personas frágiles recién alojadas en un hotel casi ruinoso. La película me ha ayudado a ver con gracia y humor el drama en curso en The Loyola House Supportive Temporary Accommodation Pilot (LHSTAP – El proyecto piloto de alojamiento temporal de apoyo del Centro Loyola).
Loyola
House (LH)
de Guelph, en Canadá, comenzó en 1964 como una casa de ejercicios de fin de
semana para hombres. Durante el siguiente medio siglo, ampliaría sus horizontes
y su hospitalidad a mujeres, a quienes querían hacer los Ejercicios
Espirituales completos, a los aprendices de dirección espiritual, a los
ecologistas en ciernes, budistas, músicos y muchos otros grupos compatibles con
su misión en evolución (actualmente: «cultivar el crecimiento espiritual y el
compromiso ecológico»). Cuando el viernes 13 de marzo de 2020, el Covid-19
interrumpió esta trayectoria de 55 años, LH permaneció vacía durante varios
meses, más silenciosa que un grupo serio de ejercitantes inmerso en las
profundidades de la tercera semana de los Ejercicios.

Ya no hay silencio. En agosto, el ayuntamiento nos pidió que abriéramos la casa a los vecinos sin hogar. Nos pagarían un alquiler, pero mucho menos de lo que los hoteles les cobraban por acoger a los sintecho. La oferta era mutuamente atractiva, dado el golpe pandémico a las finanzas de ambos organismos. Empezaron a girar círculos concéntricos de discernimiento que incluían a la comunidad jesuita, al personal y la junta directiva de la LH, e incluso a los propietarios de las casas cercanas, muchos de los cuales no estaban entusiasmados con la idea de convertirse en vecinos de los marginados. Además de la renta, nos sentimos agradecidos por la invitación no solicitada de caminar con los excluidos. La segunda PAU había llamado providencialmente a nuestra puerta.
Y así abrimos el mejor, exótico, proyecto marigold de alojamiento temporal. Como Sonny en la película, empezamos a bullir de buenas intenciones para acoger a cuarenta personas sin hogar, algunas de las cuales no tenían claro lo de vivir en una institución cristiana. Sabiendo que el amor se manifiesta más en las obras que en las palabras y que los estómagos viven cerca de los corazones, la afamada cocina de la LH (un participante en un retiro afirmó célebremente que «aunque perdiera la fe, seguiría volviendo por la comida») volvió a entrar en acción. Los nuevos residentes fueron recibidos con comidas que nuestros antiguos ejercitantes envidiarían.
Casi a los inicios de 2021, se declaró un brote de
Covid en la LH. Esto significó el aislamiento de todos los residentes y un
pequeño colapso en el cuidado de nuestra casa común (4.ª PAU). Después de
habernos enorgullecido durante años de nuestro minimalismo en materia de
residuos, de repente tuvimos que servir tres comidas al día en recipientes
desechables de un solo uso. Mientras escribo esto, los residentes acaban de
pasar los 40 días y noches de una cuarentena que ha cerrado todos los espacios
comunes de la casa. También ha reducido prácticamente a cero el intercambio
entre los residentes y el personal de la LH. Atendido por empleados de una
agencia local de personas sin hogar, el proyecto está ubicado en la LH, pero,
por el momento, tristemente alejado de la influencia ignaciana directa.

Caminar con los pobres resulta difícil por muchas razones. Acoger y alimentar a los vulnerables es bastante sencillo. De hecho, lo estamos logrando como propietarios de la LH. Pero caminar realmente con nuestros nuevos residentes, compartir sus penas y alegrías cotidianas, se ha convertido en algo casi imposible bajo las condiciones actuales de encierro. Esto nos duele, pues es en ese intercambio donde se comparte y se amplifica el Evangelio. Nuestras limitaciones al respecto se deben al hecho de que, a fin de cuentas, nosotros somos un mero lugar que alberga a una empresa mayoritariamente autónoma que es dirigida por otros. Se trata de una lección de humildad para una obra jesuita acostumbrada a su propia autonomía eficaz y a su sensación de logro.
A pesar de las limitaciones, nos sentimos bendecidos
por la presencia de los residentes. Los testimonios de gratitud y curación
(además de los informes de crisis menores) van llegando. De hecho, incluso la
restrictiva cuarentena en un lugar tan impregnado de oración acumulada parece
estar beneficiando a algunos de los residentes. A pesar de que solo llevamos
una cuarta parte del proyecto, hemos aprendido mucho, especialmente sobre la
comunicación y la colaboración con socios que no están familiarizados con
nuestras prácticas de discernimiento comunitario. Esperemos que la primavera
permita a los residentes encontrar alivio echando una mano en nuestra amplia
granja ecológica. Si el proyecto aún no ha realizado todos nuestros entusiastas
sueños, seguimos aferrados a una buena dosis de mística. Nuestra fe sigue
siendo la de Sonny Kapoor, seguros de que, con Dios, todo acaba bien, y si no
es así por el momento, eso solo significa que aún no hemos llegado al final.