Antuan Ilgit: el jesuita turco que vivió el terremoto
“El 6 de febrero, el terremoto me sorprendió en Iskenderun. Había celebrado la misa del domingo por la tarde en la catedral con la comunidad cristiana compuesta por católicos latinos, maronitas, melquitas, armenios, árabes, neófitos y catecúmenos turcos, y me había ido a la cama con todas las citas y planes para el día siguiente en mente. El terremoto de las 4:17 lo cambió todo. Tras dos minutos de sacudidas, ¡la catedral había desaparecido! En el patio del episcopado no había más que destrucción, muerte y llanto.
Junto
con tres monjas de clausura recién llegadas de Argentina y Nueva Zelanda, una
mujer húngara de los Focolari y un voluntario de Génova con los que formamos
una “comunidad”, empezamos a acoger a las personas que se refugiaban en nuestra
casa. En contacto permanente con nuestro obispo, Paul, jesuita, y con el
director de Caritas Anatolia, John, sin electricidad, agua ni gas durante los
15 días siguientes, acogimos “milagrosamente” a cientos de personas.
Distribuimos miles de comidas calientes a víctimas de distintos credos, sin
distinción. Experimentamos la Providencia: ¡distribuimos inmediatamente lo que
habíamos recibido y enseguida nos llegaba más comida! ¡Dios nunca hizo que nos
faltara nada!”

Así expresa el P. Antuan Ilgit la dura experiencia vivida por el terremoto que devastó partes de Turquía y Siria en febrero. El P. Antuan es Vicario General y Canciller Episcopal del Vicariato Apostólico de Anatolia, en el este de Turquía. También es responsable de la pastoral juvenil y vocacional para toda Turquía en nombre de la Conferencia Episcopal Turca (TEC). Es el único sacerdote turco al servicio del Vicariato y de toda la Iglesia en Turquía. Forma parte de la comunidad jesuita de Ankara, pero sirve al Vicariato, bajo la responsabilidad de un obispo jesuita, que está a unos 650 km de Ankara.
De padres turcos emigrados a Alemania, entró en contacto con los jesuitas en Ankara a través de conferencias sobre el diálogo interreligioso. Le impresionó tanto el alto nivel de preparación académica de los jesuitas como su gran sencillez. Dice: “Vi allí un modelo para vivir mejor la fe cristiana y anunciar la alegría del Evangelio a mis compatriotas”.
Sobre
el terremoto, añade: “El número de muertos - la cifra oficial - es de unos
50.000; de ellos, 20.000 son de la provincia de Hatay, donde se encuentra la
sede del Vicariato Apostólico de Anatolia, en la ciudad de Iskenderun (antigua
Alexandrette), donde viven unas 250.000 personas”. Según él, el terremoto puso
de relieve lo que ya se vivía allí: la unidad de la Iglesia en Turquía, una
Iglesia muy pequeña. Todas las diócesis latinas de Turquía, los ortodoxos, los
armenios y los protestantes acudieron en su ayuda porque, dice, “‘todos somos
hermanos’ y, como nos enseña el Santo Padre, ‘nadie se salva solo’.” El padre
Antuan vio cómo cada uno olvidaba su propio dolor para ayudar a los que más lo
necesitaban. “Esto - añadió - me hizo sentir la presencia de Dios en medio de
esta terrible tragedia.”

Fue un momento espiritual muy fuerte para Antuan y los que participaron con él en las tareas de socorro. “Cada día, con el resto de la comunidad cristiana, celebrábamos la Eucaristía, que siempre ha estado en el centro de nuestra vida cotidiana y de nuestra fuerza. Así, siempre he tenido la sensación de formar parte de un ‘cuerpo universal’, acompañado por la Iglesia universal y la Compañía de Jesús universal. Aunque fui el único jesuita presente en el corazón del terremoto, nunca me sentí solo, sino siempre acompañado por la comunión y la oración.
Hoy,
la tragedia no ha quedado atrás. Tenemos mucho trabajo que hacer para
reconstruir. Para reconstruir - y no sólo edificios - tendremos que reunir a
nuestros fieles dispersos por toda Turquía en busca de un lugar seguro, vendar
sus heridas y mantenerlos unidos con la esperanza de que el terremoto no tenga
la última palabra. ¡Sabemos que el Señor ha resucitado y que la Pascua está
cerca!”