Una Pascua sin fin
Rob Rizzo es un escolar jesuita de la Provincia Euromediterránea (EUM). Ha pasado los últimos cuatro años haciendo estudios de Teología
interrumpidos por el COVID, tanto en Roma como en Filipinas. Esta semana
regresa a su tierra natal, la isla de Malta, para ser ordenado sacerdote.
Por Rob Rizzo, SJ | Provincia EUM
Imagina algo así: finalmente has conquistado esa montaña para la que venías entrenando muchos meses, la vista desde la cima es impresionante, pero luego... ¿haces las maletas y te vas a casa? A veces, la Pascua puede parecer un poco así. Después del largo recorrido de la Cuaresma, celebramos la victoria, la Resurrección, y luego... ¿qué? ¿Volvemos a nuestra vida de siempre?
La
Pascua no es sólo una línea de meta, es la línea de salida hacia una nueva
aventura. Es el momento en que la muerte queda derrotada y estalla de nuevo en
el mundo la vida plena de la resurrección. Este año, mientras preparo mi
ordenación, esta verdad me impresiona más que nunca. La Cuaresma supone una
intensa preparación, pero el Domingo de Resurrección es sólo el acto inaugural
de la Pascua, esos 50 días que rebosan de alegría por la resurrección. Dura más
que la propia Cuaresma, como testimonio del poder transformador de la Pascua.
En mi vida comienza también una etapa nueva con este tiempo de Pascua. Una etapa que ha tenido su larga preparación. Una etapa que posee su propia alegría y su consuelo. En los próximos días voy a ser ordenado sacerdote en la Compañía de Jesús. Me pregunto cómo cambiará mi vida. Por mucho que la formación que he recibido me haya preparado, no hay nada como vivirla. Al igual que los apóstoles, que tantas veces habían oído a Jesús hablar de su pasión, muerte y resurrección, pero cuando llegó el momento, seguían perdidos, confusos, asustados... habían oído hablar de la resurrección, pero no podían comprender cómo era. Tenían que experimentarlo, vivirla, recibir la gracia de la Buena Nueva, la alegría y el consuelo que traía consigo. La gracia de Dios sucede en la vida, no sólo en el proyecto.
En plena celebración de las órdenes, es fácil olvidar el meollo que ocupa su centro: servir a Dios y a los demás. La verdadera alegría reside en utilizar este sacerdocio para tender puentes entre las personas y el amor de Dios. La Buena Nueva de repartir el sacramento de la reconciliación y el de la comunión se convierte en mi modo de crear esperanza y profundos vínculos de comunión en un mundo tan necesitado de ellos.
Mi deseo más profundo como sacerdote es que Dios me use como instrumento suyo, para mostrar a las personas cuánto las ama, ser instrumento en las manos de Dios, ser melodía que acerque a los hombres al Artista. Habiendo conocido como el Amor de Dios ha transformado mi propia vida, ardo en deseos por compartir mi música con el mundo.
La
esperanza de la resurrección no es un impulso que pasa. Es un consuelo que
dura, que nos guía en la oscuridad, y nos infunde valor y alivio ante las
dificultades. Es una esperanza que tiende puentes, inspira valor y hace recordar
que Dios está siempre con nosotros. En esta Pascua hemos de superar la línea de
meta y lanzarnos a la aventura sin término de la nueva vida en Cristo. Pregúntate
también tú: ¿cómo puedo compartir la música del amor de Dios en mi propio entorno?