¿En Myanmar? No, ¡en Roma!
Pascal Calu, nacido en 1985 en Bélgica, entró en la Compañía de Jesús hace cinco años. Tras el noviciado y los estudios de filosofía, se preparó para el siguiente paso, el que está viviendo ahora y que se llama el “magisterio”, dos años de actividad apostólica. Al final ha acabado como miembro del equipo de comunicación de la Curia General, asignado al proyecto del Año Ignaciano. Esto no formaba parte de sus planes. Dejémosle hablar de su vocación y de su trabajo.
“Al elegir la vida religiosa, optaba por la libertad. Vivir los votos de obediencia, castidad y pobreza es fundamentalmente vivir una vida libre. Significa ser libre de mi propia voluntad y caprichos superficiales; ser libre de cualquier relación posesiva y hacerme más flexible para la misión; ser libre de tener cosas materiales para no atarme a ellas. En este sentido, vivir los votos es algo muy contracultural. Vivimos en una cultura que valora mucho la autonomía absoluta, el sexo, el dinero y el éxito. Al recordar mi vida antes de entrar en la Compañía de Jesús, veo hasta qué punto estas aspiraciones me hacían poco libre y hasta qué punto los votos han sido liberadores.
Tal
vez resulte paradójico sentirse liberado por algo que la mayoría de la gente
considera una limitación. Pero, para mí, así tocaba las verdades más profundas
de la vida humana: sólo tenemos autonomía en el marco de una heteronomía
precedente. No nos pertenecemos a nosotros mismos, y llegamos a ser más
nosotros mismos cuando nos dedicamos a los demás. Es el otro/Otro quien me da
mi propia identidad y este descentramiento me sitúa en el lugar que realmente
me corresponde en la vida. Ya no soy el centro, y eso es increíblemente
liberador”.
“Entré en la Compañía de Jesús el 27 de septiembre de 2016, exactamente 476 años después de la fundación de la Compañía, en el noviciado de Birmingham (Reino Unido). El noviciado fue realmente un período decisivo de confirmación de mi vocación. Poder hacer los Ejercicios Espirituales completos fue una gracia importante. Sigue siendo la experiencia más difícil, profunda, agotadora, íntima y hermosa de mi vida. Pasar 30 días en silencio con el Señor es algo que te transforma radicalmente.
En el noviciado nos pidieron realizar una peregrinación como mendigos desde Loyola a Manresa, desde el oeste al este del norte de España. Fue un reto tanto físico como espiritual. Caminar sin dinero y sin teléfono, mientras te preocupas por lo que vas a comer (y si vas a hacerlo) y dónde vas a dormir era una perspectiva aterradora. Una invitación a confiar en la providencia de Dios. Conocer tanta generosidad y tanta gente buena me ayudó a confiarme libremente a Él.
Los
años de estudios de filosofía en París me arraigaron aún más en la Compañía y
me ayudaron a reflexionar más profundamente en algunas grandes cuestiones. Me
permitieron poner palabras a mis convicciones y creencias. El aspecto
intelectual de la vocación a la Compañía es importante y esos años de estudios
de filosofía fueron un período que acogí con gusto y en el que pude volver a
conectar de alguna manera con mi pasado académico. Pero, al mismo tiempo,
también me abrió el apetito hacia lo que sigo considerando mi vocación
principal: vivir en un contexto pobre, acompañar a los rechazados y marginados
y ser acompañado por ellos”.
“De acuerdo con lo que siento como mi vocación más profunda, había pedido que me enviaran a un contexto pobre donde pudiera vivir una vida sencilla con la población local. Había sugerido América Latina porque me enamoré de ese continente cuando viví allí un año antes de entrar en la Compañía. Mi Provincial me envió al otro lado del mundo, a Myanmar. Es un país del que no sabía absolutamente nada, por lo que mi reacción inicial fue de shock. Pero el contexto me pareció adecuado y en consonancia con mis deseos más profundos, así que acepté con gusto la misión.
Pero entonces llegó la pandemia y no pude viajar a Myanmar. En consecuencia me enviaron a la Curia General de Roma. En lugar de ir a un país con sólo un 3% de católicos, me vi en el centro de la Iglesia y, en lugar de vivir y trabajar entre los pobres, acabé trabajando en la sede de la Compañía en un puesto de oficina.
San
Ignacio y los primeros compañeros querían viajar a Jerusalén, a Oriente; pero
estando ya en Venecia, encontraron que ningún barco partía para la Tierra Santa
y decidieron volver a Roma y ofrecerse al Papa. He pensado recordado esta
situación cuando vine aquí. Como los primeros compañeros, mi primer deseo
estaba en otra parte, pero adaptándonos a la situación, ofrecemos nuestra vida
a Cristo allí donde estemos. La disponibilidad para la misión es a menudo un
reto y a veces implica dejar de lado la propia voluntad. Pero éste es un
aspecto central de la vocación del jesuita y estoy agradecido de poder vivir
esta difícil situación porque (ojalá sea sí) me hará mejor jesuita”.
“Sobre mi trabajo ahora mismo en la Curia tengo algo que decir: El Año Ignaciano celebra el 500 aniversario de la conversión de San Ignacio. Por lo general, los años jubilares como éste tienden a estar muy centrados en el pasado. Lo que me gusta de la celebración de este año es que no quiere quedarse anclada en aquellos siglos. La experiencia de Ignacio hace 500 años sólo sirve de inspiración. El objetivo de este año es que todos podamos vivir una experiencia de conversión y renovación, creciendo más cerca de Cristo. La centralidad de Cristo en este aniversario (centralidad mayor que la de Ignacio) es también crucial para mí. Ignacio es sólo una vía para aprender a seguir a Cristo más de cerca. Él nunca es el punto final. Este aniversario es una forma de mirar al hoy y al futuro, inspirados en el pasado. Las posibilidades que ofrece para desarrollar la espiritualidad son muchas y eso me entusiasma.
También encuentro muy significativo el hecho de que esta celebración pretenda ser una celebración de toda la familia ignaciana. No es asunto interno de los jesuitas, sino una oportunidad para que todos los que se inspiran en la espiritualidad ignaciana puedan renovarse, mirar el mundo cada vez más con los ojos de Cristo y se acercarse más unos a otros; es también una ocasión para que muchos otros descubran la riqueza de la espiritualidad ignaciana.
Mi
magisterio consiste en esta misión y el magisterio es una parte importante en
la formación de un jesuita. Es un tiempo para profundizar en la Compañía y
conocer mejor la vida apostólica. En este sentido, trabajar en la Curia General
es una forma única de conocer la Compañía universal. Jesuitas de todo el mundo
trabajan juntos aquí y todos los días llega información de todo el mundo. Mi
visión de la Compañía universal se ha ampliado mucho desde que llegué aquí”.