Ser jesuita en Pamplona
Hay jesuitas en la ciudad de Pamplona, en Navarra (España), famosa por la batalla en la que fue herido gravemente Ignacio de Loyola en 1521, La Compañía de Jesús dirige un colegio en la ciudad, cuyos orígenes se remontan a 1580. El colegio se cerró cuando los jesuitas fueron expulsados de España en 1767. En 1946 se reabrió una nueva institución educativa: el Colegio San Ignacio, que pasó de tener 32 alumnos hasta los casi 1.800 de ahora.
Como en todas partes, los profesores y animadores son laicos. El director es un
jesuita: Carlos Moraza. Otros dos miembros de la comunidad de Pamplona
participan en las actividades pastorales de la escuela. Mientras visitábamos
esta comunidad de ocho miembros con el Padre General, preguntamos al P. Moraza
y a dos de sus compañeros lo que significa para ellos, sobre todo a nivel
espiritual, vivir en esta ciudad histórica, al menos desde el punto de vista de
la historia ignaciana. Aquí están sus testimonios.

Carlos Moraza, SJ
Vivir en Pamplona y trabajar en el colegio San Ignacio de Loyola de esta ciudad es hoy algo por lo que dar gracias cada día. El colegio no es solo una institución educativa sino una obra apostólica y aún más un lugar de vida.
Decía Joan Margarit, famoso poeta y arquitecto español, que “una herida es también un lugar donde vivir”. Me gusta la frase aplicada a Ignacio (y también a todos nosotros) porque su herida en Pamplona el 20 de mayo de 1521 supuso para él, tras la consabida convalecencia en Loyola y su conversión, un lugar de vida. Con todo, Ignacio no se quedó ahí, en la herida, sino que aprendió de ella y su cicatriz, así lo entiendo, le recordaba cada día dónde debía poner su mirada que no era en lo ya pasado, sino en el presente y en el futuro lleno de esperanza y novedad que Dios le presentaba.
Ojalá este año ignaciano
que comienza sea para todos nosotros, laicos y jesuitas comprometidos en una
misma misión, una oportunidad para sanar nuestras heridas y ojalá, como
Ignacio, experimentemos queel Espíritu nos
sonríe cuando dejamos marchar el rencor y las heridas viejas. Que él nos enseñe
a querernos frágiles y contradictorios; y que él sea también nuestro aguijón
cuando, pese al miedo o al conflicto o a las heridas y a las cicatrices, nos
levantamos para plantar cara a la derrota, el miedo, la noche y el frío.

Carlos María Fraile, SJ
Como jesuita, vivir en Pamplona me aporta formar parte de una comunidad de laicos y jesuitas implicados en la evangelización desde la educación; descubrir la presencia y el cariño que la espiritualidad ignaciana tiene hoy entre muchos de sus habitantes; acercarme más y mejor a San Francisco Javier y agradecer a Dios su llamada a ser jesuita.
La herida sufrida por Ignacio de Loyola en Pamplona fue un fracaso, una
ruptura de sus sueños y proyectos y, también, tras el proceso posterior que
vivió en Loyola y Manresa especialmente, la apertura a un proyecto nuevo basado
en otros valores, con otro modo de ver el mundo, las personas, a él mismo y a
Dios. Este cambio, este nuevo sentido de la vida descubierto por Ignacio, puede
ser una luz para resituar crisis, rupturas personales, sociales, que nos puede
tocar vivir. Hoy los jóvenes viven en un mundo de cambios rápidos, de
interrogantes personales, sobre su futuro, el de la humanidad... Acercarse al
Ignacio herido en Pamplona, a su proceso, puede ser una invitación a releer la
vida con otra profundidad, desde otros valores, para otros proyectos y,
también, a buscar las destrezas para alcanzarlos.

Ricardo José Sada, SJ
Los inicios de mi vocación tienen sus raíces en el colegio-seminario de Javier. Desde entonces, para mí la figura de Ignacio estuvo unida, yo diría que arrastrada, por la vida de Javier, que viví intensamente con mucha ingenuidad, primero; con enorme idealismo, después; y con un mantenido compromiso a partir de mi ingreso en la Compañía.
A partir de mi ingreso en la Compañía, las tornas cambiaron y, aunque Javier seguía formando parte de mi vida espiritual, la figura de Ignacio fue tomando cuerpo en mí, creciendo en conocimiento, devoción y admiración hasta consolidarse hoy como el tronco de mi espiritualidad. El hecho de vivir ahora, de nuevo en Pamplona, me ayuda a volver, rumiar y consolidar las raíces de mi propia vocación.
Es cierto que la herida en Pamplona supuso un fracaso personal para Ignacio, pero la historia que de ahí nació fue tan importante y positiva, espiritualmente hablando, que la lectura del hecho histórico real se trocó en un acontecimiento histórico-espiritual, sin precedentes.
Así creo yo que lo ha vivido y vive el pueblo creyente
y, más todavía, cuantos han conocido y tratan de vivir la espiritualidad
ignaciana. Del fracaso aparente al éxito verdadero, de lo secundario a lo
fundamental, de lo terrenal a lo espiritual. Este es el mensaje que trasmite
esa placa de la Avenida S. Ignacio y, que por curiosidad o por interés, leen diariamente
muchos pamplonicas y extranjeros. Para unos, pasa desapercibida, para otros
provoca curiosidad, interpelación y... quizá, llamada a la superación.
