“A los que buscan al Señor nada les falta” (Sal 34,10)
Esta vez, en pleno Año Ignaciano, el P. Arturo Sosa, Superior General de la Compañía, celebró la Eucaristía de la fiesta de San Ignacio de Loyola en Manresa, España. Un lugar muy significativo en el marco de este año jubilar ya que fue allí donde el fundador de la Compañía de Jesús tuvo lo que se llama una “iluminación”, una comprensión interior de su relación con Dios y de los planes que el Señor tenía para él.
Tras haber caminado alrededor de 650 km, Ignacio llegó a Manresa desde su casa-torre de Loyola convertido ya en un auténtico “peregrino”. Era consciente de su pobreza espiritual: buscaba el camino para adquirir verdadera riqueza en este ámbito. Experimentaba la pobreza material del peregrino que ha dejado toda comodidad material para ponerse en manos del Señor, contando sólo con la ayuda de quienes le pudieran acoger. El Padre General centró su homilía del 31 de julio en estos temas. Transcribimos algunos párrafos.
Dentro de nuestro Año Ignaciano, resulta una ocasión única, para quienes venimos como peregrinos a Manresa, el hecho de poder recibir por medio de san Ignacio lo que le “sedujo” - como al profeta Jeremías - y le proporcionó ese fuego en las entrañas, encerrado en sus huesos, que no podía sofocar, tal como acabamos de escuchar. Mirando hacia atrás, vemos que Dios ha sido aquí más que generoso con él: ha sido sobreabundante, excesivo. Después de casi once meses en esta ciudad, el Íñigo converso de Loyola sale todavía más decidido a imitar a Cristo y a hablar en su nombre. Con una diferencia: ahora tiene las herramientas para entender mejor el lenguaje de Dios y para ayudar a otros a intentar descifrarlo y a decidir de acuerdo con lo que cada uno haya comprendido en el Espíritu.
Este instrumento es el famoso discernimiento, que Íñigo no se inventa porque existe en la Iglesia desde mucho tiempo atrás, pero que aquí mismo aprende “en carne propia” especialmente gracias a tantas horas dedicadas en soledad a la oración. A base de tiempos de mucha prueba, así como de auténtica alegría consoladora, podríamos decir que el peregrino de Manresa consolida y refuerza definitivamente el ideal ya contemplado en Loyola que dará sentido a su vida. Dios le proporciona los cimientos para construir él mismo la “torre” de su vida - escuchábamos en el Evangelio de hoy, pero igualmente para que otros muchos puedan hacerlo. Por eso tantos rasgos de la Compañía de Jesús y de lo que conocemos hoy como espiritualidad ignaciana dependen de Manresa. (...)
El
peregrino Íñigo pasó mucho tiempo solo en la Santa Cueva y en otras ermitas y
cuevas en las afueras de la ciudad. Llegó aquí como un mendigo que vivía de
limosnas, siendo recibido primero en el hospital de Santa Lucía y luego en el
convento de los dominicos. Así, quien coloca hoy en día al ejercitante ante el
Cristo pobre y humilde es el mismo “hombre del saco” que, habiendo renunciado a
todos sus bienes para poder seguir a Jesús, pide limosna para comer y dormir,
sin olvidarse de compartir con otros su pobreza. Hambriento de Dios, se
presenta sin ninguna seguridad y viviendo como nunca la pobreza espiritual y
material. A su vez, él recibe, porque - como termina el Salmo - “los que buscan
al Señor no carecen de nada”. No cabe duda de que esto le transforma y le hace
ver las cosas nuevas, y su modo de vivir aquí se convierte en un punto de
referencia de nuestras necesidades espirituales y materiales y del modo en que
las satisfacemos. La honda libertad que Ignacio adquiere consigo mismo y en su
trato con otros no se entiende sin caer en la cuenta de cómo vivió en Manresa.
Acompañar a través de la conversación espiritual
La disposición del peregrino a recibir - dada su fragilidad - y a compartir lo que la Trinidad le da, le lleva al encuentro de otras personas. Ellos son otros pobres como él, niños a los que catequiza, hombres y mujeres que viven en la ciudad y se acercan paradójicamente a dar su tiempo y afecto a quien ya ven como un “hombre santo”, y del que reciben mucho más de lo que dan. Religiosos y sacerdotes también tendrán ocasión de orientarle psicológica y espiritualmente, sobre todo en algunos meses más difíciles.
Así
que se da un intercambio de dones, asistido por la conversación, que resultará
un primer modelo de acompañamiento que reiterará Ignacio a lo largo de su vida,
un carisma que heredarán sus sucesores. Es el acompañamiento a través de la
conversación, la conversación espiritual, elemento imprescindible en los
Ejercicios, pero también en el diseño de la vida cotidiana y la misión de la
Compañía de Jesús; normalmente conversación oral, cara a cara, aunque tantas
veces suplida por la escritura en las casi siete mil cartas que enviará. Hoy
como ayer, esta conversación espiritual - ¡incluso online! - que toca el núcleo de la persona a la luz de Dios sigue
siendo un instrumento excelente que tenemos en nuestras manos.