Francisco Javier: también en pleno centro del Año Ignaciano
3 de diciembre, fiesta de San Francisco Javier, el gran misionero en Asia, pero, antes de ello y, fundamentalmente, compañero de Ignacio de Loyola desde los orígenes de la Compañía de Jesús.
De hecho, si este año recordamos primero el medio milenario de la conversión de Ignacio de Loyola, no debemos ignorar que el próximo mes de marzo celebraremos el cuarto centenario de una común canonización: tanto de San Ignacio como de San Francisco Javier.
En este Año Ignaciano, la fiesta de Javier puede recordarnos que aquel santo, fogoso y totalmente entregado a su misión al servicio de la evangelización, había seguido también un camino de conversión. Como estudiante en París, soñaba en alcanzar la gloria humana y buscaba ante todo hacerse un hueco entre los grandes de su tiempo. Fue el contacto con su compañero de estudios, Ignacio de Loyola, y con el modo en que éste utilizó el método de los Ejercicios Espirituales para con Francisco, lo que le orientó hacia otro tipo de “grandeza”: “Javier, ¿de qué te sirve ganar todo el mundo si pierdes tu alma?”
E incluso después de haber experimentado aquella conversión inicial, el navarro tendría que seguir abriéndose a la acción del Espíritu en su vida, por ejemplo, al tener que cambiar su perspectiva sobre los pueblos de Asia que él había conocido a través de sus viajes.
¿Por
qué no aprovechar la oportunidad de su fiesta para volver a escuchar la
entrevista que el Provincial de Japón, el P. Renzo de Luca, concedió con motivo
de la visita del Padre General a Tokio en el verano de 2019? Su reflexión sobre
el fenómeno de la secularización es esclarecedora. Es bueno también recordar
que Francisco Javier había salido de Europa demasiado seguro de sí mismo y con
unos objetivos que hoy se calificarían de proselitistas. Poco a poco fue
reconociendo el valor de otras tradiciones religiosas y, mucho antes del siglo
XX, sembró la semilla del diálogo interreligioso.