“No temas” – La Anunciación de las catacumbas de Priscila
Por Emanuele Gambuti, Pietre Vive - Roma
25 de marzo: Fiesta de la Anunciación
Las catacumbas son un lugar extraordinario para todo cristiano. Aunque son lugares de enterramiento, son extremadamente vivos: son lugares de silencio que, sin embargo, hablan claramente de lo que está en el corazón de nuestra fe. En esas galerías se respira la idea de comunidad, tanto en la vida como en la muerte, que unía estrechamente a los primeros cristianos, pero, sobre todo, brillan por doquier la fe y la esperanza, la confiada espera de la resurrección.
Las catacumbas de Priscila, en Roma, contienen algunas de las representaciones más antiguas de la Virgen María. Entre ellas se encuentra la escena de la Anunciación, dentro del cubículo del mismo nombre. El pasaje del Evangelio de Lucas (Lc 1,26-38) se representa aquí con extrema sencillez. En la bóveda de esta pequeña capilla funeraria del siglo III, encerrada en un tondo, sólo encontramos la figura de un hombre de pie, envuelto en una túnica, frente a una mujer en un sillón.
El ángel Gabriel es representado sin alas, como un mensajero frente a una persona de alto rango, según la iconografía romana. Su mano izquierda levantada y su brazo extendido expresan visualmente su función: es el gesto que en la iconografía clásica indica el acto de hablar. No es otra cosa que la imagen de la Palabra, la voz con la que Dios se revela al hombre.
La escena no se pierde en detalles y expresa sólo el centro del pasaje evangélico: María que acoge la Palabra en sí misma, que presta su oído al plan de Dios para ella. Al igual que en el texto de Lucas, todo se centra en el diálogo entre los dos personajes, entre la humilde mujer de Galilea y el ángel. Un diálogo presupone la interacción de dos personas: Dios no impone, sino que propone su plan. El ángel irrumpe en la habitación donde está la Virgen, entra en su vida cotidiana y le ofrece cambiarla para siempre, pero su voz aquí parece ser la de un hombre: es una voz que no viene de un extraño, es más "el susurro de una suave brisa" (1 Reyes 19:11-13) que el terremoto que sacude las montañas. Es una voz que se escucha porque María presta oído, está atenta y vigilante. La Virgen, junto al ángel, está de hecho a la escucha, en la escucha "activa" de quien espera una señal.
Y María es profundamente humana, con sus dudas, sus incertidumbres, pero reconoce y acepta el plan de Dios, se confía completamente a él y emprende el camino que le propone.
Alrededor
de esta imagen, en el cubículo, están representados los acontecimientos del
profeta Jonás y la figura del Buen Pastor: la Anunciación se sitúa en un
contexto cristológico. Las palabras de María, "He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra",
son la puerta de entrada al misterio de la Encarnación, pero lo que rodea esas
palabras, lo que las sigue, es el cumplimiento de una promesa: tomar el camino
que Dios ha trazado es también tener fe en su plan de salvación. Luego, caminar
cubiertos por su sombra, con la profunda conciencia de que, en los momentos de
oscuridad, pérdida o muerte, Él nos devolverá a la luz.