En esta época en la que tanto se habla de Rusia y también de las relaciones entre la Iglesia de Roma y la de Moscú, merece la pena conocer una página de historia en la que algunos jesuitas se vieron implicados hace 100 años. El P. Edmund A. Walsh SJ y otros misioneros de diferentes congregaciones dieron prueba de extraordinaria valentía, de apertura de espíritu y de don de sí en la misión tan especial que se les había confiado. La investigadora en Historia Maria Chiara Dommarco ha publicado una monografía sobre ese tema después de haberse informado en todos los archivos disponibles y, especialmente, en los de ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu).

Referencia: Un compito eccezionale e rischioso, Institut Sv. Fomy (Mosca) – «La Casa di Matriona», Seriate 2020

1922-2022: Centenario de la misión pontificia de ayuda a Rusia

Por Maria Chiara Dommarco

“Esta misión no debe ser considerada como la vida normal de un misionero. Es más bien una tarea excepcional y peligrosa por naturaleza”. Así se expresaba Edmund A. Walsh SJ, jefe de la misión pontificia de socorro a Rusia (1922-1924) al describir la vida cotidiana de los miembros de la expedición. El 12 de marzo de 1922, el Cardenal Gasparri y Vaclav Vorovskij plenipotenciario del gobierno bolchevique, habían firmado un acuerdo que permitía a doce religiosos católicos recorrer los territorios ocupados por el gobierno leninista a fin de socorrer a la población rusa. Las consecuencias de la revolución bolchevique y de la guerra civil se habían añadido a la hambruna del verano de 1921 y a las epidemias que siguieron, hasta tal punto que el nuevo Estado Soviético se hallaba amenazado de implosión.

La solicitud de Pío XI intentaba poner en práctica lo que, para Benedicto XV, había sido sólo un sueño: una misión de socorro, por parte de la Santa Sede, financiada por almas generosas de todo el mundo, en forma de ayuda humanitaria a las víctimas de dicha tragedia. Y es así como, en el verano de 1922, nuestros religiosos pudieron penetrar en Rusia y desplegarse en los lugares designados: Moscou, Krasnodar, Eupatoria, Džankoj, Rostov y Orenburg. El carácter humanitario de la expedición, tal como es expresado claramente en el acuerdo con el gobierno soviético, debía carecer de cualquier carácter religioso, si bien tuvo múltiples implicaciones, tanto sobre el plano humano como sobre el diplomático.

La publicación Un compito eccezionale e rischioso (Una empresa de excepción y riesgo) hace síntesis de las perspectivas y puntos de vista de Moscú y de Roma, poniendo en evidencia la evolución humana de los protagonistas de esta compleja operación de ayuda que no siguió siempre la línea recta y que tampoco estuvo exenta de errores. Sin embargo, al mismo tiempo, fue algo admirable a causa de su generosidad y gratuidad. Los enviados de Pio XI no solamente dieron de comer a millares de personas necesitadas y administraron medicamentos de urgencia, además se pusieron en búsqueda de personas desaparecidas a consecuencia de la Primera Guerra Mundial (1914 - 1918) y a causa de la guerra civil que siguió a la revolución bolchevique con persecución a católicos y ortodoxos. Era una búsqueda de toda persona desaparecida sin ninguna prioridad o deferencia por confesión religiosa u orientación política.

Al contrario, para muchos de ellos, su experiencia en Rusia fue una excelente ocasión para descubrir la belleza del rito oriental en sus encuentros con las comunidades ortodoxas y católicas de rito bizantino y para establecer relaciones fundadas sobre el afecto y la estima mutuos. Además, gracias a la presencia sobre el terreno, la Santa Sede recibió informaciones de primera mano sobre las persecuciones religiosas (en particular sobre los procesos al clero católico en 1923) y el jesuita Edmund Walsh pudo comunicar los sentimientos de proximidad del Papa a numerosos creyentes, así como también en el caso del Arzobispo Cieplak, prisionero en Moscú. Fue un ‘ecumenismo de la caridad’ - antes de que recibiera ese nombre - y un ejemplo claro de que, por muy trágicas que sean las condiciones exteriores, no impiden la posibilidad de gestos de proximidad hacia aquellos que se cruzan en nuestro camino aunque sea una vez y no más.

Cuando fue superada la fase de urgencia aguda, y mientras la miseria seguía haciéndose sentir y los problemas sociales y económicos estaban lejos de hallarse resueltos, la misión fue clausurada por el gobierno leninista que prohibió de forma categórica que cualquier expedición extranjera siguiera permaneciendo en suelo soviético. Se vieron abortados los proyectos de la Santa Sede que había tenido esperanza de establecer una misión permanente en forma de escuelas profesionales o instituciones similares en vistas a una integración social de niños de la calle. Por otra parte, como se puede leer en L’Osservatore Romano del 28 de junio de 1923, Pío XI había estipulado con claridad que no había sido una persecución a los católicos por parte de la población sino, únicamente, el rechazo del gobierno soviético que había impuesto el cese de las actividades de ayuda humanitaria realizadas por los emisarios pontificios.

Poner en claro los eventos de dicha misión papal en Rusia era una primera etapa necesaria para sacar a la luz una página de historia hasta ahora poco conocida. Se trata de un centenario que no debe ser olvidado: el odio y la violencia nunca son las únicas opciones sobre la mesa. En revancha, el diálogo y la caridad siguen siendo caminos que son, no solamente viables, sino también necesarios, como lo demuestra esta historia.