La conversión en (y de) la historia de la Compañía de Jesús
Dejad que sean otros los que escriban vuestra historia
Por Robert Danieluk, SJ -
ARSI (Archivum Romanum Societatis Iesu)
[De la publicación "Jesuitas 2021 - La Compañía de Jesús en el
mundo"]
La conversión, entendida como un cambio radical de vida, es parte de la historia de la Compañía de Jesús, no solo desde los orígenes de la orden, sino, incluso, desde antes de su fundación. Si pensamos en las vivencias de san Ignacio de Loyola, fácilmente estaremos de acuerdo en que la Compañía nace de su conversión personal.
Incluso tras su reconocimiento canónico, a menudo, algunos acontecimientos especialmente relevantes obligaron a los jesuitas a convertirse, es decir, a cambiar algo en sus vidas o en su forma de actuar, transformándose, de una u otra forma, para responder adecuadamente a la llamada del Señor. Pensemos en la gran apertura misionera de estos hijos de san Ignacio que al encontrarse con las antiguas y sofisticadas culturas orientales decidieron adoptar en Asia una nueva estrategia misionera basada en el diálogo con aquel mundo, en lugar de imponer el modelo europeo de cristianismo.
Podríamos mencionar otros ejemplos, aunque,
probablemente, no exista en sentido estricto una historia de la conversión en
la Compañía de Jesús. Este artículo no pretende subsanar esta laguna, sino que
quiere invitar a la reflexión sobre lo que podríamos llamar la «conversión de
la historia de la Compañía». De hecho, uno de los mayores cambios que
acontecieron en el pasado, lejano o reciente, de la orden concierne
precisamente a la manera como se narra su historia.
Al principio, fueron sobre todo los propios jesuitas quienes que se encargaron de este tema. Desde los primeros años de la Compañía, hubo quien se preocupó de la importancia de los acontecimientos que llevaron a su fundación. En el prólogo de la Autobiografía (en su versión italiana: Gli scritti di Ignazio di Loyola, Edizioni AdP, Roma 2007, 76-83) hallamos evidencias de la insistencia de los padres Jerónimo Nadal, Juan de Polanco y Luis Gonçalves da Câmara que se esforzaban en conseguir que san Ignacio narrara toda su vida. Si según Jerónimo Nadal «esto significaba verdaderamente fundar la Compañía», era a causa del impacto que este relato habría de tener sobre las futuras generaciones de jesuitas.
Otros cronistas y testigos de estos primeros años y décadas de la orden siguieron investigando por medio de sus obras: Polanco, Pedro de Ribadeneira y Gianpietro Maffei. Por fin, a partir del siglo XVII, vio la luz una monumental historia de la Compañía, bajo el título de Historia Societatis Iesu, en ocho volúmenes publicados entre 1615 y 1859, como obra de los historiadores oficiales de la Compañía, todos ellos jesuitas. Dichos historiógrafos se encargaron de relatar las vicisitudes de la Compañía desde sus comienzos hasta el año 1633.
En el siglo XIX, tiene lugar una de las «conversiones»
en esta obra historiográfica de los jesuitas. Hacia finales de aquella
centuria, ya estaba claro que la manera de escribir la historia había cambiado
y que era imposible seguir con la serie escrita en latín, tal y como se había
comenzado más de doscientos años antes. Por lo tanto, el Padre General Luis
Martín promovió una iniciativa que consistía en una larga y sistemática
investigación de las fuentes, con el fin de escribir, en lenguas modernas y de
acuerdo con la metodología de la época, la historia de cada Provincia,
Asistencia o área geográfica en las que la Compañía estuviera presente.
Al igual que en los primeros siglos, uno de los fines perseguidos por esta historiografía fue la formación de los propios jesuitas. La historia debía leerse, como así se hizo, en los refectorios, hecho que explica una observación del padre Martín, advirtiendo que un historiador podía hacer más para formar a los jesuitas que él mismo como General de la Compañía, puesto que los libros de los historiadores se leen a lo largo de muchos años, mientras que el General solo de vez en cuando escribe una carta circular para todos.
Su historia, junto a las noticias procedentes de las misiones más lejanas, era, para los jesuitas, un maravilloso instrumento para darse a conocer entre los benefactores, los amigos, los alumnos de sus colegios - de los que salieron muchísimas vocaciones misioneras -, y para la misma Compañía.
Otra dimensión importante era la de la defensa de la
Compañía frente a los ataques y a las críticas de quienes le eran adversos.
Puesto que dichos autores han existido ya desde los principios de la orden, era
comprensible que los jesuitas se defendieran utilizando las mismas armas con
las que se les atacaba: la pluma y la imprenta.
Pero, ¿qué tiene que ver la conversión con todo esto? Y ¿en qué consiste? Podemos intentar contestar a estas preguntas con las siguientes tres observaciones.
En primer lugar, parece que, desde hace algunas décadas, los temas relacionados con la historia de la Compañía de Jesús despiertan un gran interés entre muchos estudiosos, incluso parecen estar de moda. Por supuesto, no faltan los autores de la Compañía misma, pero ya son minoría.
Segundo, puesto que todos estos estudiosos publican mucho, la bibliografía sobre la historia de la Compañía va ampliándose a ojos vista, tal y como se indica en el gráfico de esta página.
Tal cantidad de publicaciones representa, para los interesados, todo un desafío para poder orientarse entre centenares de libros y artículos en varios idiomas. Algunos proyectos comunes, así como ciertas iniciativas de colaboración, son la prueba de una verdadera «conversión metodológica»: al menguar su número, los jesuitas han de colaborar mejor entre sí y con los demás.
Tercero y más importante: ha cambiado la orientación
de gran parte de esta historiografía. Salvando algunas excepciones, ya no se
trata de defender o atacar a la Compañía; lo que interesa a la mayoría de los
estudiosos, hoy en día, es acercarse a sus temas (¡cuya variedad es más que
sorprendente!) a partir de las fuentes jesuíticas para estudiarlos mejor. Por
su parte, la Compañía procura mantener abiertas las puertas de los archivos y
de las bibliotecas, adoptando como propia la afirmación del Papa Francisco, que
el 4 de marzo de 2019, anunciando la inminente apertura del Archivo Apostólico
Vaticano para el período del pontificado de Pío XII, dijo: «La Iglesia no teme
a la historia; al contrario, ¡la ama y quisiera amarla más y mejor, igual que
Dios la ama!».