El P. L. Yesumarian es el delegado para la CP71 de la Provincia de Chennai en la India. Abogado de profesión, lleva décadas luchando contra la injusticia que padecen las comunidades dalit y tribales de la India, reclamando tierras que les fueron arrebatadas y trabajando para restablecer los derechos humanos básicos de esas “castas inferiores”. Ha sido encarcelado y torturado en cuatro ocasiones, una de ellas en virtud de las amplias leyes antiterroristas de la India, por denunciar la explotación de las castas desfavorecidas.

Por L. Yesumarian, SJ

Qué he hecho por Cristo.
Qué hago por Cristo.
Qué debo hacer por Cristo.

Estas tres preguntas constituyen la base del Coloquio de primera semana, una de las primeras oraciones que aprende un jesuita, y cuyo significado cambia a medida que el jesuita madura en la vida y en su ministerio. Sentado en silencio, haciendo oración en el Santuario de Loyola, España, durante la Congregación de Procuradores, esas preguntas no dejan de resonar en mi interior, mientras nuestro grupo otea el futuro, sin dejar de mirar con respeto el pasado.

Y mi pasado tiene mucho que decir.

Durante muchos años he dedicado mi actividad a los pobres sin tierra de la India, a los dalits y los tribales que vieron cómo les arrebataban sus tierras en un país donde el 10% de la población controla el 80% de la riqueza. Un movimiento social de base ha trabajado incansablemente para devolver a los pobres la dignidad y las tierras que un día les robaron. Es una obra que la mayor parte del país querría ignorar, y no sólo porque implica devolver parte de las tierras robadas, sino porque obliga a reconocer un aspecto vergonzoso de nuestra historia.

A causa del trabajo que realizo, he sido detenido y arrestado muchas veces por la autoridad. En una ocasión me condujeron a rastras a una comisaría, me desnudaron, me humillaron y me golpearon una y otra vez durante 14 horas. Intentaban intimidarme para que dejara de ejercer mi ministerio, para que diera la espalda a los pobres, que, durante generaciones, han sido sometidos a esas mismas torturas y otras peores. Tumbado desnudo y solo, en un frío y húmedo suelo, pensé por un momento “¿no es ya suficiente?” [...]

Sentado entre hermanos míos jesuitas de todo el mundo, es esto lo que me viene a la mente. Escucho sus historias y sé que todos hemos entregado mucho. Todos estamos haciendo mucho. Pero, aun así, estamos aquí porque sabemos que cualquiera que sea la respuesta a las dos primeras preguntas, siempre queda algo que se nos pide y que urge hacer. En este momento se nos está pidiendo que oremos y que orientemos a nuestro gobierno.

En este momento, ése es el servicio que se nos pide. Mirar lo que hemos hecho. Rezar por lo que estamos haciendo. Pedir entregarnos más, no porque Cristo lo exija, sino porque NOSOTROS nos lo exigimos en respuesta a su llamada.

Qué he hecho por Cristo.
Qué hago por Cristo.
Qué debo hacer por Cristo.

Estas preguntas definen quién soy como jesuita. Me motivan, me empujan hacia adelante, me hacen tener hambre de un mundo más justo.Ese hambre traigo a esta Congregación.