Y plantaron árboles
Gonçalo Machado, SJ; Jean-Pierre Sonnet, SJ - Collegio
Bellarmino, Roma
[De la publicación “Jesuitas 2023 - La Compañía de Jesús en el
mundo”]
Sobre los tejados de Roma, en el Collegio Bellarmino, dos jesuitas han creado un jardín suspendido como prolongación de una tradición especialmente importante para la Compañía. Precisamente en estos momentos en los que plantar árboles se ha vuelto más importante que nunca.
Desde siempre y en todas las épocas, los jesuitas han
creado jardines. ¿Nos sorprende? Aquel que progresa en la vida espiritual, que
acompaña a otros en la experiencia de Dios, lo comprende rápidamente: el jardín
es el lugar del encuentro. Así ocurre en la Biblia, desde las primeras páginas
(el jardín de Edén) hasta las últimas (la Jerusalén celeste es una
ciudad-jardín), pasando por el Cantar de los cantares, el «huerto cerrado»
situado en el centro del libro. Cristo resucitó en un jardín, y en él nos sigue
esperando. En la historia de la Compañía, el amor al jardín se ha encarnado de
diversas maneras, tanto espirituales, como científicas, como también
concretamente manuales, las manos de la tierra. La encíclica Laudato Si’ y la Preferencia Apostólica establecida durante la última Congregación
General («Cuidar de nuestra casa común») otorgan a esta tradición una nueva
actualidad.
Jesuitas botánicos y jardineros
Se decía de Salomón que «habló sobre las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que brota en el muro» (1R 5,13). Lo mismo han hecho los jesuitas: la historia de la Compañía va acompañada de una galería de botánicos. El pionero es sin duda Giovanni Battista Ferrari (alrededor de 1584-1655): fue el primero en dar una descripción científica del grupo de los cítricos. El auge misionero de la Compañía se manifestó a través de una pasión por el mundo vegetal de las tierras de ultramar: la atención prodigada a las souls (almas, en inglés) se acompañó de una atención al soil (tierra, en inglés), a todas las plantas, empezando por las plantas medicinales. Se multiplicaron los jardines botánicos. El jardín creado en Vietnam por el jesuita portugués João de Loureiro (hacia 1715-1791) está compuesto por más de mil especies diferentes. Los hermanos jesuitas han desempeñado un papel extraordinario en esta aventura. Imposible dejar de mencionar al hermano Giuseppe Castiglione (1688-1791): artista de gran talento, participó en la creación de un jardín en los palacios imperiales de Pekín. Otro genio fue el hermano Justin Gillet (1866-1943) quien creó en Kisantu, en la República Democrática del Congo, lo que se convertiría en el jardín botánico más grande de África central, inscrito hoy en día en el Patrimonio Universal de la Humanidad.
Los jesuitas también se han implicado en las reflexiones estéticas sobre los jardines, como, por ejemplo, Giovanni Battista Ferrari o Henry Hawkins (1577-1646). Louis Richeôme (1544-1625) se inspiró del jardín del noviciado de San Andrés en Quirinal, Roma. En la descripción que hizo de él, Richeôme prolonga la contemplación Ad amorem de los Ejercicios espirituales, la cual invita a «mirar cómo Dios habita en las criaturas», especialmente «en las plantas vegetando...» (ES 235).
Un jardín de 360°
A menos de un kilómetro del jardín de San Andrés
(convertido hoy en día en un parque urbano que ha conservado la riqueza de sus
cedros y de un alcanforero gigante que plantaron los jesuitas) ha nacido un
nuevo jardín. Tiene la forma de un jardín colgante, y está plantado en la
inmensa terraza del Collegio Bellarmino.
Primero se dibujaron los planos del jardín, considerando las perspectivas de conjunto y los espacios de encuentro y de contemplación, en lugares retirados. Se instaló un sistema de irrigación. El jardín pudo entonces empezar a albergar alrededor de unos treinta árboles principalmente de la cuenca mediterránea: encinas, pinos, higueras, granados, cítricos de todas clases, así como una decena de olivos. Junto a ellos, un gran número de plantas, incluidos dos enormes camelios, cuyo nombre le debemos al hermano jesuita checo Georges Joseph Kamel (1661-1706), misionero y botánico en Filipinas.
El centro de Roma está cubierto casi por completo por piedra y cemento, apenas hay zonas verdes. Al crear una corona verde sobre el tejado del colegio, nuestro deseo ha sido responder a la urgencia de nuestra época. Tal y como escribía el botánico Stefano Mancuso, «nuestras ciudades, en las que vive el 50 % de la población mundial, son las mayores fuentes de emisión de CO2 del planeta. Deberían estar totalmente recubiertas de plantas. Y no solo en los espacios previstos para ello, como parques, jardines, bulevares, parterres, etc., sino en todas partes, literalmente: sobre los tejados, en las fachadas de los edificios, a lo largo de las carreteras, en las terrazas, los balcones, las chimeneas, los semáforos, etc. Debería haber una regla sencilla y única: que haya una planta en cualquier lugar en el que se pueda cultivar».
El jardín del Bellarmino
tiene una panorámica de 360º abierta al mundo. En una inscripción se puede leer
la frase de Jerónimo Nadal, uno de los primeros jesuitas: «El mundo es nuestra
casa». Desde los árboles de la terraza, una gran solidaridad nos une a los
jesuitas y a sus amigos que, a través de todo el mundo, se comprometen en
proyectos de plantación y reforestación para que el mundo siga siendo la «casa
común» de toda la familia humana.