Nos atrevemos a esperar en tiempos tan oscuros como estos

Publicamos aquí para su información un artículo
de la Comisión Justicia y Paz de Tierra Santa

Hermanos y hermanas,

En el tiempo de Pascua proclamamos: "¡Cristo ha resucitado! Sin embargo, toda nuestra región se tambalea al borde de una guerra regional mientras Israel e Irán intercambian amenazas. La terrible guerra de Gaza se ha extendido a otros países y los agoreros predicen que nos dirigimos hacia una guerra mundial a gran escala. ¿Qué significa celebrar la Pascua en este momento? ¿Ha cambiado algo con la venida de Cristo? Su resurrección promete vida abundante, pero la muerte reina por doquier. ¡Este año es tan difícil creer! El salmista describe nuestro sentimiento incluso en Pascua: "Escucha, Señor, mi oración; escucha mis súplicas en tu fidelidad; respóndeme en tu justicia... Porque el enemigo me ha perseguido, aplastando mi vida contra el suelo, haciéndome sentar en tinieblas como los muertos desde hace mucho tiempo. Por eso, mi espíritu desfallece dentro de mí; mi corazón está consternado" (Sal 143,1-4). En esta Pascua, también nosotros estamos consternados por el enemigo que no cesa de guerrear.

En Gaza, más de dos millones de nuestros hermanos y hermanas están sepultados bajo los escombros o intentando vivir encima de ellos. Otros están en la carretera, huyendo de un lugar a otro, buscando desesperadamente seguridad. En Gaza la muerte sigue imponiendo su reinado más de seis meses después de que comenzara esta última ronda de violencia. Acecha a la gente dondequiera que esté, llegando como un rayo desde aviones y soldados armados por todas partes. O se acerca sigilosamente, apoderándose de ellos a través del hambre, la enfermedad, la falta de medicinas y de atención hospitalaria. Los que quedan atrás se ven abocados a vivir en un paisaje devastado que evoca una destrucción apocalíptica.

Sin embargo, la muerte no sólo reina en Gaza, sino también en Cisjordania. Los palestinos siguen viviendo bajo una ocupación opresiva que les priva de libertad de movimiento, libertad para desarrollar su sociedad, libertad para llevar una vida familiar normal. Sus tierras son invadidas, confiscadas, sus casas destruidas. Muchos son acorralados, detenidos y languidecen en prisión sin juicio, otros son asesinados o heridos por soldados de gatillo fácil. Los colonos israelíes deambulan por la zona en bandas, libres para acosar, abusar, despojar y matar sin impedimentos. La vida se ha vuelto aún más dura a medida que la guerra hace estragos en Gaza y muchos de los que viven en Cisjordania están más vigilados que nunca, desempleados y sin perspectivas de futuro.

Jerusalén, la Ciudad Santa, está envuelta en la desesperación. El carácter palestino, musulmán y cristiano de la ciudad se erosiona progresivamente. Cada vez más colonos israelíes se instalan en barrios palestinos, ocupando viviendas palestinas e incluso propiedades de la Iglesia, y construyen más viviendas en zonas palestinas, trayendo consigo una mayor presencia policial y militar. Los palestinos, cristianos y musulmanes por igual ven cada vez más limitado los espacios dónde pueden vivir, lo qué pueden hacer, cómo pueden participar en la vida de su ciudad.

Al mismo tiempo, los israelíes judíos, muchos de los cuales consideran a los palestinos enemigos e intrusos, viven atemorizados a pesar de su poderío militar. Desde los horribles sucesos del 7 de octubre de 2023, muchos se centran en sus propios muertos y rehenes. Muchos ignoran a los que su ejército masacra y que su gobierno mata de hambre. Claramente conmocionados por los fracasos de sus propios líderes políticos y del estamento militar, la reacción de muchos parece ser la búsqueda de venganza y de la victoria militar, manifestando una inquietante insensibilidad ante el sufrimiento de los demás. Muchos buscan una ilusoria seguridad a través de la victoria militar. Muy pocos parecen darse cuenta de que el único camino es el diálogo, el fin de la violencia, la ocupación, la discriminación y la opresión. Israel recibe el apoyo de los poderosos de este mundo, abrumadoramente sordos a las repetidas advertencias proféticas del Papa Francisco desde el comienzo de la guerra: "¡La guerra es una derrota para todos!"

Tierra Santa está asfixiada por el sufrimiento humano, la opresión, la injusticia y la destrucción. La muerte parece haber vencido a la vida; la inhumanidad sigue bloqueando el reconocimiento del otro como creatura a imagen de Dios. La descarada indiferencia de demasiadas personas en todo el mundo, especialmente de quienes ocupan puestos de liderazgo, anima a los observadores a mirar impasibles o a apartar la mirada.

Sin embargo, ¡es Pascua! El salmista no termina con la desesperación, sino que prosigue: "Me acuerdo de los días pasados, pienso en todas tus obras, medito en las obras de tus manos. Extiendo mis manos hacia ti; mi alma tiene sed de ti como de tierra reseca" (Sal 143,5-6). Si sólo miramos el presente, corremos el riesgo de convertirnos en prisioneros de la desesperación. Al atrevernos a esperar, ¡debemos recordar! En medio de esta realidad de muerte, estamos llamados a recordar que la tumba está vacía. Jesús salió triunfante; la muerte no pudo con él. Esta es la promesa de Dios a lo largo de la Escritura y Dios es fiel a sus promesas. Recordamos que Dios está cerca: "Dios está cerca de los quebrantados de corazón, ayuda a los que tienenel espíritu abatido" (Salmo 34:18). En medio de los sufrimientos, los cristianos creemos firmemente que "la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Romanos 5:5).

Con Cristo resucitado, que camina con nosotros, como caminó con los discípulos de Emaús, nos esforzamos por discernir frágiles signos de luz y esperanza que ya están actuando durante la oscuridad actual. En ambas partes, algunas personas tienen el valor de mostrar su deseo y su disposición a vivir juntos, a trabajar por una solución pacífica del conflicto y a construir un futuro mejor para todos. También esperamos que nosotros, cristianos, palestinos e israelíes, juntos, podamos ser una semilla de entendimiento y paz, rezando juntos, escuchándonos unos a otros y sirviendo a todos sin distinción.

También recordamos que nuestra tierra no siempre ha sido un lugar de muerte ni está destinada a seguir siéndolo. Dios prometió que sería una tierra de vida y esperanza. La Iglesia en Tierra Santa ha declarado que "estamos con todos los que viven en la tierra ante todo como seres humanos. Queremos mostrar una salida a una situación permanente de guerra, odio y muerte. Queremos señalar el camino hacia una nueva vida en esta tierra, basada en principios de igualdad y amor. Subrayamos que cualquier resolución debe basarse en el bien común de todos los que viven en esta tierra sin distinción.

(...) Por lo tanto, promovemos una visión según la cual todos en esta Tierra Santa tienen plena igualdad, la igualdad que corresponde a todos los hombres y mujeres creados iguales a imagen y semejanza de Dios. Creemos que la igualdad, cualesquiera que sean las soluciones políticas que se adopten, es una condición fundamental para una paz justa y duradera. Hemos vivido juntos en esta tierra en el pasado, ¿por qué no habríamos de vivir juntos también en el futuro? Repetimos hoy estas palabras". (Asamblea de Ordinarios Católicos de Tierra Santa, La justicia y la paz se besarán, 20 de mayo de 2019).

La experiencia de la Pascua nos obliga a proclamar: El Señor resucitado ha triunfado sobre la muerte y el mal y nosotros somos testigos de ello. Dios está cerca, más cerca que la crueldad humana que siembra la muerte. Contemplemos la tumba vacía y mantengamos la esperanza. Es precisamente en este lugar de tinieblas donde la resurrección encuentra su voz. La voz que proclama que el amor es más fuerte que la muerte, que la violencia nunca es la respuesta. Es en el lugar de la resurrección donde las Bienaventuranzas -que a menudo parecen imposibles de vivir- se hacen posibles con Cristo. Es la resurrección la que no sólo nos guía, sino que vive en nosotros, guiando cada una de nuestras decisiones.

En la Pascua, la persona humana es liberada de los ciclos de venganza y violencia, capaz de responder a la violencia con amor. La resurrección no es nuestra respuesta a la violencia; es nuestra propia identidad como cristianos, llamados a predicar la esperanza cuando ésta parece imposible, a dar testimonio de vida cuando nuestra realidad cotidiana parece prometer sólo muerte. Esta esperanza en nuestra pequeñez, en los granos de mostaza, la levadura en el pan, se traduce en nuestra obstinada insistencia en seguir imaginando un futuro común mejor y ponernos manos a la obra para vivirlo ahora.

Y así: en Pascua e incluso durante este tiempo de muerte, proclamamos: "Cristo ha resucitado" y respondemos: "¡Verdaderamente ha resucitado!". Y nosotros, que vivimos en la tierra de Jesús, seguimos afirmando que el sepulcro está vacío. Está en medio de nuestra tierra, en medio de nuestra ciudad santa, señalando su propio vacío, afirmando el poder de la vida sobre la muerte, y de la esperanza sobre la desesperación.

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Publicado por Communications Office - Editor in Curia Generalizia
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El Servicio de Comunicaciones de la Curia General publica noticias de interés internacional sobre el gobierno central de la Compañía de Jesús y sobre los compromisos de los jesuitas y sus partenarios. También se encarga de las relaciones con los medios de comunicación.

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