Sin olvidar a Siria… ni a sus Cristianos

Entre los recientes huéspedes de visita a la Curia General, hemos tenido la oportunidad de hablar con Monseñor Antoine Audo, jesuita, obispo de la comunidad caldea de Siria. Su sede se halla en Alepo, una de las ciudades que más ha sufrido de la guerra que asola al país desde hace más de diez años. Le hemos invitado a compartirnos su experiencia.

Monseñor Audo, ¿qué es lo primero que le viene a la mente cuando se le pregunta sobre Siria?

En primer lugar, como consecuencia de la guerra de los últimos diez años, pobreza e incluso miseria. Es lo que se me ocurre. Pero, a pesar de todo, hay también los testimonios de dignidad y de sentido de la solidaridad propios del pueblo sirio. Soy testigo de ello y es para mí una ayuda el convivir con muchas personas dignas y solidarias.

Cuéntenos más sobre su experiencia con sus cristianos de Alepo.

Antes de la guerra, reinaba una sensación de seguridad y estabilidad económica y social. Siria se encontraba entre los países más ricos de la región, los más estables y ello a pesar de una política de partido único y de todo un pasado militar. Con la guerra: fatiga, desaliento e incertidumbre sobre el futuro de nuestro país. Ello es debido a la emigración: el 80% de los cristianos de Alepo se han ido. Nos hemos quedado mayoritariamente personas mayores y pobres. Nosotros, sacerdotes y obispos, intentamos no decir en voz alta esa duda en cuanto al porvenir; aconsejamos optimismo cara al futuro, dando así un sentido a la presencia de nuestras comunidades.

¿Se persigue a los cristianos? ¿Juega la afiliación religiosa un papel en esa guerra?

Yo no hablaría de persecución, para ser sincero. Y no se trata de una guerra de religión como algunos medios de comunicación han intentado describirla. En Siria, los cristianos han sido muy respetados socialmente, por su capacidad de trabajo y por su ética también. A menudo se escucha a musulmanes decir: “Los cristianos no son mentirosos”. Cuando hay persecución, es por parte de individuos, de extremistas del tipo de la “Hermandad Musulmana” que creen estar haciendo el bien persiguiendo a quienes ellos llaman “infieles”. Pero eso no está muy extendido. Existe un respeto hacia los cristianos e incluso una cierta atracción por el Evangelio.

Lo que nos es óbice me parece más bien ser la ruptura de las familias a causa de la emigración. Los hijos se hallan dispersos en diferentes países. La fuerza de las familias es muy importante en una sociedad con estructuras tribales pronunciadas. Cuando utilizo la palabra “tribal”, me refiero al hecho de que la identidad de una persona siempre se halla vinculada a un grupo, a su familia. No es como en Occidente donde el individuo puede existir por sí mismo. En nuestros países, existimos por referencia a nuestra familia. Y por ello, para aliviar nuestro sufrimiento e inseguridad, hemos de reconstruir el tejido social.

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Effects of war in Aleppo

Más personalmente, ¿cómo ve su papel como obispo? ¿Cómo nutre usted su esperanza y la de los cristianos que le rodean?

Como obispo y jesuita, estoy convencido de que los cristianos de Siria han tenido y tendrán una presencia significativa en el país. Somos parte de la historia cristiana desde tiempos de los apóstoles. Pablo se convirtió en Damasco y era de Tarso, ¡apenas unos pocos kilómetros de nuestra ciudad! Representamos una gran riqueza de tradiciones litúrgicas, teológicas y étnicas con los ritos bizantino, sirio, caldeo, armenio y latino. Esta presencia es un ejemplo importante para con los musulmanes porque da testimonio de una fe capaz de integrar la modernidad, respetar la racionalidad y promover los derechos humanos. Y al mismo tiempo ser testigos de nuestra fe, sin miedo del mundo. A los musulmanes les cuesta hallar un vínculo entre esas dos dimensiones: fe y mundo.

Para terminar, ¿puede hablarnos de su oración?

Soy muy sensible a los gestos de generosidad humana y ellos alimentan mi oración. Me gusta viajar con sencillez; tomo el autobús. La gente me dice: “Usted es un obispo, ¡tome taxis!”. No; me enriquece mucho verme en medio de la gente, a menudo pobres, cristianos o musulmanes, que son respetuosos, que se ayudan mutuamente, que son solidarios. Ello me llena de consolación y es base para mi examen de conciencia. En ello consiste mi oración habitual.

A un nivel más profundo, vivo la fe en la Compañía de Jesús, y desde el noviciado he tratado de no construir mi vida sobre ilusiones y vanidades. Es una fuente de libertad continua que surge de nuestro modo de seguir a Cristo. Pero es un objetivo nunca alcanzado: ahí se encuentra nuestro perpetuo “magis”.

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Publicado por Communications Office - Editor in Curia Generalizia
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