La Pastoral Penitenciaria de la Compañía en Tailandia ha recibido la donación de un terreno en la zona de Chiang Mai. ¿Cómo convertirlo en una ayuda para los presos? ¿Haciendo una casa de inserción, o un lugar donde se inicien en agricultura ecológica? La encíclica Laudato Si’ y la pandemia han abierto nuevos horizontes. Escuchemos lo que dice la iniciadora y directora, Vilaiwan Phokthavi, más conocida como Kep

En medio del camino de nuestra vida, perdemos a veces la esperanza, parece que el mundo se desmorona, que todo se pone patas arriba. Nos quedamos sin espacio para los sueños, algo nos trastorna, estamos como perdidos. Los presos y aquellos a quienes ha herido la vida pasan sin duda tiempos de prueba de este tipo.

Esperamos que cuando se acercan a nosotros puedan encontrar a Jesús, que llega para hablar con nosotros, para estar con nosotros e irnos descubriendo el camino correcto, el camino verdadero. Si comprendemos esto disfrutaremos de esta vida nuestra, aunque sea difícil. ¿No es esto lo que sucedió a los discípulos de Emaús en el Evangelio de Lucas?

Usted trabajaba como asistente social, visitando a los presos más solitarios y olvidados. ¿Cómo acabó convirtiéndose en jefe de una explotación agrícola?

La mayor parte del trabajo del que fui responsable, siguiendo al P. Olivier Morin, tenía lugar en las prisiones de la zona de Bangkok. Pero en 2014 empezamos a visitar presos en la cárcel de Chiang Mai. Alguien nos ofreció un terreno a sólo 10 km de esta prisión. Sentí -y así lo sintieron los jesuitas de Tailandia- que aquello era una llamada de Dios para crear algo nuevo. Así que, a partir de 2016, con dos hombres “Karen” de una tribu del norte, el señor Ken y el señor Somnuek, que tenían experiencia agrícola, orando y confiando en Dios, pusimos en marcha este proyecto social y medioambiental. Sorprendentemente, gracias a la Providencia, todo lo que necesitábamos para llevarlo a cabo acabó llegando.

¿A quién beneficia este proyecto?

Teníamos en mente apoyar a algunos ex presos o personas en libertad condicional, abrirles el camino hacia una nueva vida. Y algunos llegaron, aunque las autoridades penitenciarias no se mostraban muy abiertas. Incluso ahora tenemos acogidas aquí a dos o tres personas muy vulneradas que, durante unos meses y gracias al trabajo en nuestra “granja”, comienzan ver su vida con más claridad. Algunos han progresado mucho.

Pienso en el Sr. Arsun y en su proyecto para cultivar del pimienta. Sun se había pasado 16 años de prisión soñando con una plantación de pimienta para recomenzar su vida. Tenía idea de regresar a su Myanmar natal, donde sus padres tenían algunas tierras. Ahora necesitaba formación y apoyo, pues no tenía a dónde ir. El equipo de Emaús lo acogió como su primer ex presidiario en rehabilitación. Sun dedicó gran atención a las plantas, aprendió a hacer compost y a biofermentar el agua según los principios de la agricultura ecológica. Tras unos meses con nosotros, y tras legalizar su situación en Tailandia, estaba preparado para marcharse y montar su propia granja. Su plantación de pimienta sigue ahí, y es de gran provecho a otras personas en rehabilitación y a nuestra comunidad.

¿Cómo influyó la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco en su proyecto?

Su publicación es de 2015, poco antes de que empezáramos. Así que desde el principio optamos por prestar mucha atención a la naturaleza, al cuidado de la tierra, al modo en que tratamos a nuestras gallinas, patos y vacas. Hacemos nuestro propio compost. Pero, sobre todo, nos hemos dado cuenta de que podemos servir de ejemplo para otros en el camino hacia una ecología global. Y nuestra granja se ha convertido en lugar de sensibilización para jóvenes de las escuelas de la zona e incluso para estudiantes universitarios que participan en el de ecológico con el JRS (Servicio Jesuita a Refugiados) y con la Conferencia de Asia-Pacífico.

¿Y la pandemia que afectó a todo el país durante más de dos años?

La pandemia nos ha impedido, en primer lugar, visitar a los presos. Cuando las puertas volvieron a abrirse en 2022, pasamos esta responsabilidad a otras organizaciones católicas de Bangkok. Hay un jesuita que sigue visitando un centro de detención de inmigrantes ilegales. Nosotros nos centramos en la zona de Chiang Mai, en el norte. Había que visitar a los presos en la cárcel, eso sí, pero a la vez diseñar un proyecto de educación y sensibilización medioambiental, la Granja Emaús.

La pandemia ha hecho que nos diéramos cuenta de lo importantes que son la tierra, los árboles y las plantas. La alimentación es esencial y es maravilloso cultivar tus propios alimentos y remedios naturales a base de plantas. Si pierdes el trabajo pero posees un poco de tierra, puedes sobrevivir y ser productivo en vez de quedarte ocioso, sin saber qué hacer, dejando que te vuelvan loco los problemas financieros, de salud y de todo tipo. Los que vienen aquí lo entienden y entran en esta dinámica vital.

Por otra parte nos sentimos muy en sintonía con la visión tan amplia y global de la Compañía de Jesús; vivimos las cuatro Preferencias, especialmente el cuidado de nuestra Casa Común. Nos sentimos muy felices siendo conscientes de que estamos invitados a compartir la obra de Dios en la creación... ¡es una especie de nuevo Jardín del Edén! Hemos recibido una llamada y creemos que se nos dará todo lo que necesitemos. Y nuestra experiencia, guiada por la Providencia, ¡es asombrosa!

Personalmente, recordando los pasos que he dado avanzando en este proyecto, veo que cada uno de ellos me dice mucho; reflejan el AMOR de Dios, de Jesús por mí. Seguiré participando sin demasiadas preocupaciones, más bien feliz y esperanzada. “Emaús” es una palabra que ilustra el enfoque que doy a mi vida. Cuando pierdo la esperanza o estoy abatida, es Jesús quien viene, me muestra el camino, y mantiene el fuego encendido en mi corazón.