Experiencias que abren los ojos
Samborlang Nongkynrih, SJ - Región
de Kohima
[De la publicación “Jesuitas 2022 - La Compañía de Jesús en el
mundo”]
Mis primeros pasos en la vida jesuita.
«¿No quieres ser sacerdote, hijo?», me preguntó mi padre. De niño, respondí inocentemente: «SÍ». Sin embargo, de adolescente mi vida contrastaba realmente con este «sí». No lograba vivir ni siquiera una vida cristiana normal. No puse lo mejor de mí en los estudios, por lo que mi rendimiento en el examen público final de acceso a la universidad distó mucho de ser satisfactorio; pensaba que iba a suspender. La reputación de mi familia estaba en juego y eso me aterraba.
Este temor no me dejó otra opción que volverme a Dios para pedirle un milagro, y se produjo... ¡Aprobé!
«¿Qué voy a hacer ahora?», me decía. Recordé lo que
había respondido a mi padre... Sacerdote, tal vez. Había oído hablar de los
jesuitas y pensé que quizá podría ser mi lugar. Mi familia y mis parientes
habían oído que los jesuitas tienen una larga formación y que les lleva muchos
años hacerse sacerdotes. Así que me desalentaron del deseo de unirme a la
Compañía de Jesús. Mi madre finalmente, aunque a regañadientes, aceptó. Todavía
recuerdo cómo lloraba y, desconsolada, no me hablaba cuando me fui de casa.
Pero mi padre, en cambio, me animó a seguir adelante y a convertirme en un buen
sacerdote jesuita. Él ha sido la fuente y la inspiración de mi vocación. Por
primera vez, me alejé de mi red familiar tan unida. Era como la proverbial rana
que sale del estanque familiar.

La familia de Samborlang.
Ingresé en la Compañía de Jesús en 2018, comenzando la primera etapa de formación, el «noviciado». Durante el primer año, la Compañía nos guía en un retiro ignaciano de un mes, los Ejercicios Espirituales. El retiro realmente abrió mis ojos cerrados por la estrechez de miras y el egocentrismo; me ayudó a ver más profundamente las maravillas de Dios en todo. Además, me enseñó que mi vida es para amar, alabar y reverenciar a Dios. Este nuevo enfoque de la vida me cambió definitivamente y me ayudó a ver a Dios en todas las cosas. También me hizo percibir mejor el significado de la creación de Dios y me enseñó a ser más cuidadoso con otras criaturas. Y lo que es más interesante, las Preferencias Apostólicas Universales (PAU), que surgieron un año después, también destacaron la prioridad del cuidado de nuestra casa común. Me ayudaron a ver la creación de Dios desde su perspectiva y a integrarla en mi vida diaria.
La Compañía también me enseñó a imbuirme del espíritu del magis, «más o mejor». Recuerdo que mi maestro de novicios, el P. Gregory, me animaba: «Puedes hacerlo mejor, Sam. Nosotros, los jesuitas, siempre aspiramos al magis. No tenemos espacio para la mediocridad». Este espíritu del magis me ha ayudado a ser más eficiente en todas las actividades que emprendo y hace que mi vida tenga más sentido en mi camino hacia Dios.
En el noviciado, también tuvimos experiencias
intensivas especiales. Por ejemplo, una «experiencia de trabajo». Teníamos que
trabajar siete o más horas al día. Esto nos identificaba con los pobres, los
abandonados, los trabajadores, y nos permitía comprender sus luchas. A veces
era duro, trabajar de la mañana a la noche, con una comida frugal, como
cualquier otro obrero. También tuvimos
la oportunidad de servir a los enfermos a través de la «experiencia del
hospital» con las hermanas de la Madre Teresa. La segunda PAU (caminar con los
pobres, los marginados y aquellos cuya dignidad ha sido violada) adquirió forma
concreta a través de estas experiencias y, por lo tanto, me ayudó a integrar en
mi vida personal el amor y el respeto por los pobres.

Escolásticos jesuitas en Mumbai.
Los tres votos perpetuos, pobreza, castidad y obediencia, me liberan y me capacitan para servir en la misión de Dios de todo corazón. Para mí, el voto de pobreza, en particular, no se limita solo a cuánto tengo (ya sean bienes materiales, privilegios, oportunidades...) sino que se trata de lo que hago con lo que tengo y de utilizarlo en la medida en que ayude a cumplir la voluntad de Dios y no utilizarlo si estorba o no es útil para la misma.
Después de dos años de noviciado, me siento espiritualmente fuerte y firme en mi vocación, y puedo ver cómo el dedo de Dios me dirige por el camino correcto. La segunda etapa de mi formación prosigue ahora con el juniorado en Bombay, en la India. Aquí veo más claramente la mano de Dios que me guía a través de mis superiores y confirmo mi vocación en la Compañía de Jesús. Y lo que es más importante, las PAU me han ayudado como «junior» a centrar mis estudios en las necesidades del apostolado.
Ahora, tras el breve lapso de tres años en la Compañía
de Jesús, miro hacia atrás y, sorprendentemente, veo en mí muchas cosas nuevas.
Esos tres años me han transformado y me han permitido mirar el mundo y el
futuro en la Compañía de Jesús con los nuevos ojos del optimismo y la
esperanza. Estoy agradecido a Dios por haber traído estas transformaciones a mi
vida.