Entra en el espíritu del Sínodo sobre la Sinodalidad. Sitúa este acontecimiento en la larga tradición de sínodos de la Iglesia católica. Percibe la novedad a través de imágenes que evocan la oración, la fraternidad, los intercambios y la esperanza en el futuro.

Si usted está mínimamente familiarizado con la Iglesia católica, probablemente habrá escuchado la palabra “sínodo” y habrá intuido que se trata de un acontecimiento importante para los católicos de todo el mundo. Pero, ¿qué es exactamente un sínodo? ¿De dónde viene y por qué tanta gente parece entusiasmada (o enfadada) con el “Sínodo sobre la Sinodalidad” que se celebra actualmente en Roma?

La historia del sínodo se remonta al año 170 d.C., con la primera reunión sinodal de la que se tiene registro. Aquellos primeros sínodos eran en general regionales: se reunían sobre todo para debatir y resolver cuestiones prácticas de doctrina y normativa. Estos tipos de sínodos fueron cayendo en desuso y no volvieron a cobrar importancia hasta 1965, cuando el Papa Pablo VI, al inicio de la sesión final del Concilio Vaticano II, creó el “Sínodo de los Obispos” como institución permanente de la Iglesia. El nuevo sínodo, compuesto por los elegidos por sus pares para representar a los distintos ritos y regiones de la Iglesia, junto con varios nombrados por el Santo Padre, se reúne periódicamente para debatir cuestiones de importancia pastoral.

Cabe señalar que no todos los sínodos son iguales. Los sínodos “ordinarios” se reúnen cada tres años y giran en torno a un tema. Los sínodos “extraordinarios” son convocados por el Santo Padre cuando considera que hay cuestiones específicas que deben abordarse con urgencia. Los sínodos “especiales” son los más parecidos a los sínodos del siglo II, están compuestos por representantes de Iglesias regionales y abordan cuestiones regionales.

Quizá el sínodo más importante de la historia reciente sea el ya mencionado Concilio Vaticano II: un concilio ecuménico que se desarrolló entre 1962 y 1965, cuando se creó el “Sínodo de los Obispos”.

Las reformas y la renovación acordadas durante aquel sínodo siguen aplicándose en la actualidad. Más recientemente hemos visto el “Sínodo sobre los Jóvenes” (2018), que invitó a representantes de la juventud de todo el mundo a hablar y debatir directamente con el Sínodo y el Santo Padre, el “Sínodo sobre la Familia” (2014), dedicado a la respuesta pastoral a la homosexualidad, al matrimonio, al divorcio y al control de la natalidad, y el “Sínodo para la Amazonía” (2019), que puso en primer plano el cuidado pastoral y la evangelización de los que viven en la Amazonía. Esta breve lista de sínodos ofrece una buena representación de las cuestiones que abordan, al tiempo que explica por qué los sínodos pueden suscitar tanto entusiasmo como enojo.

... Los sínodos traen cambios.

Para algunos, ese cambio es bienvenido e inspirador; para otros, conlleva el temor de perder partes de su fe que han sido muy queridas. Las dos emociones van de la mano con la mayoría de los cambios, no sólo con un sínodo, pero el miedo puede ser amplificado por agoreros y comentaristas que se aprovechan de la inseguridad y la ansiedad alimentando las peores hipótesis y asumiendo lo mínimo de nuestros líderes.

La verdad es que un sínodo no es ni algo raro ni algo de temer. La reunión de voces diferentes, ahora más inclusivas que nunca, es nuestra respuesta al movimiento del Espíritu Santo: estar lo más atentos posible a la llamada de Cristo a cuidar SU rebaño según nuestra comprensión siempre en desarrollo, de Dios, de la Iglesia y del individuo.

En otras palabras, un sínodo, y el cambio, es la prueba de que nuestra Iglesia está viva.