• 05 Feb 2024
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Antes del amanecer, en la oscuridad más absoluta, recorro la propiedad guiado únicamente por la luz de mi teléfono. Me aparto del exuberante césped verde y ahora el único sonido son mis pasos que crujen sobre la grava. Intento captar una toma memorable de un vibrante amanecer sobre las viñas. Pero hoy no hay colores definidos en el horizonte, así que dejo a un lado mi cámara y opto, en su lugar, por una panorámica de 180 grados con mi teléfono.

Varias horas después, al final del día, el coro de cigarras está en pleno apogeo y el sol poniente aporta un cálido resplandor anaranjado al enorme campanario de la iglesia de San Aloysius. Construida en estilo neogótico, esta iglesia ha sido el lugar de culto de la parroquia de Sevenhill desde su finalización en 1875. Curiosamente, los paneles de vidrio de las puertas de entrada de la iglesia han cobrado vida propia de repente, ya que el reflejo del sol hace que el cristal liso se asemeje a un vitral.

A mis espaldas, el cielo adquiere una tonalidad que enorgullecería a cualquier artista: una mezcla de cobalto y genciana. Hace mucho que el sol se ha ido, dejando solo una franja dorada que se desvanece por encima de los árboles y resalta el cielo notablemente más oscuro que se extiende en lo alto.

Cuando llegue a la entrada principal de la propiedad, mire a su derecha y verá hermosos árboles autóctonos en un paisaje con un aspecto tan seco y desolado que tendrá que recordar lo fértil que es en realidad este suelo. Tras las tiras de corteza que se han desprendido de los troncos de los árboles, se ven dos estructuras claramente diferenciadas que se asemejan a obeliscos.

Acérquese y notará que se trata de dos enormes piedras de pizarra: una pesa seis toneladas y media, mientras que la otra alcanza las ocho toneladas. Adam y Elley Warrior, un matrimonio de artistas ngadjuri, pintaron recientemente una de las piedras para rememorar el profundo vínculo entre los primeros jesuitas y sus propios ancestros.

Fue el P. Brendan Kelly SJ, superior de Sevenhill, quien se acercó a Adam y Elley y les explicó la historia de cómo los jesuitas se encontraron por primera vez con el pueblo ngadjuri y la sólida conexión que ambas partes establecieron posteriormente. “Eso es exactamente lo que representa nuestra pintura”, me dijeron a principios de este año.

Los elegantes arcos del techo fueron erigidos por equipos compuestos por alrededor de veinte hombres, posiblemente mediante sistemas rudimentarios de poleas. Construida con piedras locales, la iglesia cuenta con un techo de pizarra, suelos de pizarra de Mintaro y vitrales.

Los vitrales proyectan intensos arcoíris lineales en el suelo, mientras el sol declinante crea caprichosos patrones de colores pastel en las paredes, abstractos y cambiantes, que varían en intensidad y se desplazan casi imperceptiblemente a medida que el sol se mueve.

Sobre el altar, en lugar del tradicional vitral, hay una llamativa pintura al óleo de la Virgen que el rey Ludwig II de Baviera les obsequió originalmente a los jesuitas de Europa en 1848.

La iglesia posee su propia colección de artefactos de metal que aún se utilizan a diario en el altar y en otros espacios del recinto. El refinado diseño de estos objetos es testigo de una época prácticamente olvidada de la artesanía, cuando los artificios de la escritura y el arte se elaboraban a mano.

Los bancos de madera datan de la iglesia original y su sencilla elegancia crea una uniformidad que añade un toque adicional de resplandor al sol en cualquier época del año. Tras las puertas principales hay una vitrina que exhibe vestimentas originales de los primeros jesuitas de la zona.

Los pilares en la entrada de la iglesia simbolizan el preciado legado de Sevenhill como bodega y representan hojas de viñedo y racimos de uvas.

Esta obra de arte en metal se titula “Virgen de los viñedos” y ha contemplado una parte del viñedo durante casi dos décadas. La palabra “María”, en escritura metálica fluida, está en su base, y la impresionante escultura de bronce reposa sobre un sólido pedestal de piedra. La obra fue un encargo de Desmond y Mary Kennedy como homenaje al difunto hermano John May SJ, enólogo durante muchos años de Sevenhill Cellars. La escultura, creada en 1994 por Andrew Parish de Woodville, Australia Meridional, representa a la Virgen “caminando entre las viñas y bendiciéndolas para asegurar la calidad de los vinos”. Tiene 2,31 metros de altura y pesa 100 kilogramos.

Sin un dron, resulta casi imposible para un fotógrafo capturar la dimensión del viñedo que se extiende a ambos lados de la iglesia. Pero aquí recurro una vez más a mi teléfono para tomar una panorámica de las viñas bañadas por el sol y bordeadas, por los cuatro costados, de una serie de árboles frondosos que cubren todos los puntos cardinales.

Las redes extendidas cuidadosamente sobre las vides no solo las protegen, sino que también crean un paisaje singular. Con la iluminación adecuada y fotografiada desde un ángulo preciso, toda la escena adquiere el aspecto de un suave oleaje en un lago verde y sereno. El verde delicado de las hojas en esta toma contrasta de forma intencionada con los árboles oscuros que circundan el perímetro.

El Santuario de la Virgen está situado en el extremo oeste del viñedo. Se integra de manera armoniosa en los colores del paisaje y sus muros de piedra se fusionan con el color arenoso de los pastos autóctonos que rodean la zona. Se accede a él por cinco escalones generosamente anchos pero poco profundos. Para quienes deseen pasar más tiempo en contemplación, hay un banco de madera con una estructura metálica pintada de blanco, a la izquierda, y otro sólido asiento de madera en las proximidades.

Los canteros del siglo XIX que diseñaron este santuario sabían exactamente lo que hacían. La estructura en forma de gruta da sombra a la Virgen incluso en los días más calurosos del verano. A ambos lados de la Virgen hay espacio suficiente para que un peregrino sediento o fatigado encuentre sombra junto a la estatua.

El santuario de Loyola es una construcción única, en cuyo diseño no se utilizó argamasa. Incluso el arco de entrada, de gran precisión geométrica, se compone únicamente de piedras autóctonas que están ensambladas con una acertada estructura de soporte. Este, junto con el cercano santuario mariano, son solo dos de los muchos elementos que complementan el Centro de Espiritualidad Ignaciana de Sevenhill.

En el fresco y sombreado interior del Santuario de Loyola, una piedra en particular exhibe la fecha de construcción: 1870. A primera vista, parece una fecha grabada o tallada con elegancia, pero, al observar más detenidamente, se notará que los números están elevados por encima de la superficie de la piedra. Creados a mano, están elaborados con la misma precisión y simetría que cualquier tipo de letra mecánica.

Franz Weikert fue un destacado agricultor de la Silesia del siglo XIX, una provincia báltica de lo que entonces se conocía como Prusia. En busca de libertad religiosa, él, su esposa y sus ocho hijos lideraron un grupo de 146 católicos que emigraron a Australia. Los Weikert pagaron el costo de viaje de todo el grupo, que incluía trece agricultores, dos jornaleros, siete carpinteros, tres zapateros, un cantero, tres sastres, un pastor, dos criados, seis tejedores, dos carroceros, dos herreros y un relojero.

Aunque los Weikert querían un sacerdote en el grupo, en realidad consiguieron dos: los jesuitas austríacos recién ordenados P. Aloysius Kranewitter y P. Maximilian Klinkowstroem, aunque este último se enfermó y tuvo que regresar a Europa. Weikert adquirió 40 hectáreas de tierra de primera calidad y bautizó la propiedad como Sevenhill, en alusión a las siete colinas de Roma. En sus últimos años de vida, Franz Weikert, aquejado de salud, y su esposa, Fransiska, vivieron en esta cabaña de piedra bajo el cuidado de los jesuitas hasta que fallecieron en 1875 y 1888, respectivamente. Actualmente una serie de guiones gráficos cuentan a turistas y peregrinos la historia detrás de la cabaña y la propiedad de Sevenhill.

Según cuenta la historia, el hermano Joannes Schreiner recorría las colinas vecinas con una carretilla y llevaba esquejes de vid a Sevenhill para que se propagaran en masa. Los primeros esquejes de vid fueron tomados de la familia Hawker en Bungaree Station, al noroeste de Clare.

Las primeras viñas se plantaron aquí en 1851 para producir vino sacramental, lo que permitió a las comunidades religiosas celebrar la Eucaristía. En las décadas transcurridas desde entonces, Sevenhill Cellars ha añadido a su producción una variedad de vinos de mesa galardonados.

Esta pintura rinde homenaje al legado del difunto hermano John May SJ, enólogo de Sevenhill Cellars durante muchos años. May fue el séptimo viticultor jesuita en este lugar, desde 1972 hasta su jubilación en 2003. Murió en agosto de 2021, a los 92 años, y está enterrado en la cripta situada debajo de la iglesia de San Aloysius.

Los recorridos por Sevenhill Cellars son una atracción importante. El vino sacramental se expandió más allá de las fronteras de Australia y llegó a países de todo el sudeste asiático. La entrada de la bodega atrae a más de 40.000 visitantes cada año.

La arquitectura icónica de la iglesia de San Aloysius puede apreciarse en las barricas, perpetuando así el histórico vínculo entre los jesuitas y la bodega.