Al servicio de una ecología sonriente e itinerante
Por Thierry-Jean Roboüam, SJ | Loyola Centre for
Ecology & Justice, Provincia de Sri Lanka
[De la publicación “Jesuitas 2024 - La Compañía de Jesús en el mundo”]
Dentro del contexto de Sri Lanka, renace un centro de ecología de la Compañía de Jesús para proponer nuevos caminos que mejoren los medios de vida. Humilde y lentamente, las cosas cambian a mejor… y las sonrisas se ensanchan.
Una mañana, mientras contemplaba la bahía de Trincomalee, por fin discerní cómo iba a reorganizar un centro de ecología en ruinas. Entre las diferentes opciones que barajaba, comprendí que de lo que se trataba era simplemente de trabajar junto a los pobres a favor de una ecología alegre, sonriente e itinerante. Dos años después, tras arrostrar varias crisis sanitarias, financieras y políticas, nuestro centro organiza hoy con alegría decenas de proyectos al servicio de miles de familias desfavorecidas. Juntos, trabajamos para solventar los problemas con los medios que tenemos a nuestra disposición.
Hay risas y sonrisas que no se pueden inventar; surgen
en los rostros de manera natural, iluminándolos. En el día a día, esas sonrisas
son las que me dan la fuerza para seguir adelante. Sonrisas que irradian en los
rostros de los padres cuando nos hacemos cargo de sus hijos, en los rostros
arrugados de los que reciben nuestros sacos de tela, en los rostros de las
familias a quienes ayudamos a cultivar sus huertos. En un mundo en donde la
revolución informática nos ha dejado angustiados y amargados, el activismo
ecológico atrofia los músculos de la sonrisa, aprieta las mandíbulas y arruga
los ceños. Hemos decidido tomarnos el tiempo necesario y trabajar en soluciones
a largo plazo, al ritmo de los necesitados.
Cuando los Provinciales de Sri Lanka y de Japón me pidieron, en el año 2020, que reestructurara un centro jesuita dedicado a la ecología, no lo dudé un solo instante. El centro está situado de cara a la bahía de Trincomalee, un remanso de aguas profundas y donde proliferan los peces, pero que disimula con pudor los efectos de la contaminación. Día tras día, se vierten botellas de plástico y otros productos tóxicos en este hermoso lugar rodeado de algunas de las regiones más ricas en biodiversidad. La contaminación avanza insidiosamente, hasta tal punto que acaba pareciendo casi como un fenómeno natural. Todos los días, los más pobres limpian delante de su puerta y recogen hojas y residuos plásticos que después queman. Son unos gestos que se han vuelto ordinarios: los residuos tóxicos se tratan como si fueran residuos naturales, y el humo tóxico que destilan se inhala sin más.
El proyecto de este centro jesuita radica en promover una ecología que adopte los gestos naturales, que respete las raíces religiosas y sociales de esas costumbres; una ecología que busque soluciones en el día a día. Un proyecto sencillo, discreto, que no pretende solucionar los cambios climáticos y demás problemas de injusticia planetaria. Responde a dos intuiciones fundamentales: solo la acumulación de soluciones locales puede tener un efecto mundial; y todo remedio local debe favorecer las capacidades de las personas marginadas para resolver sus problemas. Esta es nuestra manera de hacer frente a la globalización.
Nuestra intención original puede sin duda sorprender.
Lo que no queríamos era ofrecer soluciones teóricas a los problemas inherentes
a la pobreza. De hecho, para nosotros, la pobreza no es un problema: es una
realidad. En ella, descubrimos desequilibrios que son fuente de innovaciones,
de solidaridades silenciosas y de habilidades ingeniosas. Esta realidad lleva
en sí misma la semilla de las soluciones a los problemas medioambientales.
Nuestro deseo es que estos remedios tengan efectos positivos sobre la economía
local. Nuestro amor hacia esas familias nos hace cultivar la prudencia. La
transformación económica de una región no debe conseguirse a costa de un
aumento de los residuos tóxicos.
Nuestra ecología itinerante nos lleva de pueblo en pueblo. Lo primero que hacemos es escuchar, observar, oler, tocar y respirar. A los esrilanqueses les encantan las bolsas, y las utilizan constantemente. Por esta razón, el Loyola Centre for Ecology and Justice (Centro Loyola para la Ecología y la Justicia) ha abierto tres talleres de costura que fabrican miles de sacos de tela y de yute, que distribuimos gratuitamente a las familias necesitadas para que reduzcan el uso del plástico. Dialogamos mucho, y aprecio especialmente los momentos en que las costureras me presentan su trabajo. Están resplandecientes, saben sorprenderme y no se ofenden cuando les hago alguna sugerencia de orden práctico. Enseñamos en las escuelas y los niños son nuestros embajadores: son ellos quienes educan a sus padres. Construimos mesas, tarros y toalleros con madera de palma. Gracias a las hábiles manos de nuestros ayudantes, las nueces de coco se convierten en jaboneras o en botones. La crisis económica ha llevado a los más pobres a cultivar sus propios huertos. Pero para ello necesitan semillas: en un año, hemos distribuido semillas a unas mil familias.
Gracias a este proyecto piloto, financiado por mecenas
convencidos, nacido en el corazón de Sri Lanka con los esrilanqueses y la
Compañía de Jesús de Sri Lanka, se han puesto en marcha transformaciones
silenciosas que generan soluciones a largo plazo, al son de las risas y las
sonrisas de los más pobres.