Educadores jesuitas: Apóstoles del Evangelio
El Día
Mundial del Maestro se celebra anualmente el 5 de octubre, en honor de los
maestros de todo el mundo, que forjan el futuro formando a los estudiantes e
impulsando el progreso educativo. Los jesuitas también tienen una larga
tradición educativa, y muchos miembros de la Compañía de Jesús ejercen como
profesores. Hoy en día, en colaboración con otros educadores, los
jesuitas siguen proporcionando una educación integral centrada en lo académico,
el desarrollo espiritual y el servicio social.
Por José Alberto Mesa, SJ |Secretario de Educación
Ignacio y los primeros
compañeros querían compartir con su generación la experiencia espiritual que
les había transformado y llevado al servicio de Dios y del prójimo. Eran hombres
enamorados de Jesús y de su Evangelio. Soñaban con peregrinar a Tierra Santa y
predicar allí el Evangelio. Sin embargo, tuvieron que ajustar sus expectativas
a la realidad. No era posible ir a Tierra Santa como ellos deseaban. Así, se
presentaron al Papa y ofrecieron su servicio a la Iglesia aspirando a
convertirse en predicadores itinerantes, confesores y ofreciendo los Ejercicios
Espirituales.
Sin embargo, Dios tenía otros planes. Pronto, destacados benefactores, entre ellos Francisco de Borja, duque de Gandía y más tarde jesuita, junto con diversas autoridades civiles y eclesiásticas, comenzaron a instar a los jesuitas a establecer colegios y a educar a los no jesuitas. En respuesta, Ignacio autorizó la apertura de los primeros colegios y envió a algunos de los primeros jesuitas a dirigir este esfuerzo. Para muchos jesuitas, el ideal inicial de ser peregrino se transformó en la realidad de ser maestro de escuela, dedicando su tiempo a preparar clases, enseñar distintas materias y dirigir escuelas. Los jesuitas tuvieron que aprender pedagogía y a gestionar instituciones complejas como escuelas y universidades.
Ignacio reconoció pronto
el potencial apostólico de los colegios para compartir la experiencia
espiritual transformadora que había vivido y contribuir al bien común, como
propugnaban los humanistas de la época. Pedro de Ribadeneyra, uno de los
primeros jesuitas, captó este cambio al afirmar que “todo el bien de la
cristiandad y del mundo entero depende de la buena educación de la juventud”
(Carta al rey Felipe II de España, 1556). En consecuencia, muchos jesuitas
dedicaron toda su vida apostólica a la educación. En 1560, Polanco, entonces Secretario
de la Compañía de Jesús, escribió en nombre del P. Laínez, General de la
Compañía: “dos maneras de ayudar a nuestro prójimo: una en los colegios
mediante la educación de la juventud en letras, aprendizaje y vida cristiana, y
la segunda mediante sermones, confesiones y otros medios” (O’Malley, The
First Jesuits, p. 200). Muchos jesuitas se convirtieron en profesores
respetados, inspirando nuevos sueños y oportunidades a sus alumnos y a
comunidades enteras, desde París a Ciudad de México, de Goa a Roma, y entre
diversas clases sociales, como la aristocracia, la naciente burguesía, los
pueblos indígenas de América y las castas indias.
Muchos jesuitas, a través de sus enseñanzas y conocimientos, tuvieron un impacto importante en las culturas a las que servían. Matteo Ricci enseñó matemáticas y astronomía en China y abrió las puertas al Evangelio en esta cultura, a través de su pedagogía de la amistad. Muchos misioneros en América Latina dedicaron su vida a enseñar en las escuelas de las Reducciones, donde la población indígena aprendió latín, español y a escribir en su propia lengua nativa.
Hoy en día, los jesuitas
siguen impartiendo educación a través de cientos de escuelas y universidades en
todo el mundo, asociándose con miles de educadores que abrazan la visión de
Ignacio. Ofrecen a las nuevas generaciones una sólida experiencia educativa
basada en una sólida formación académica, en el servicio social y en el
desarrollo religioso y espiritual. Nuestros educadores trabajan diligentemente
para proporcionar un enfoque holístico que desarrolle las capacidades de los
individuos y las comunidades en beneficio de los demás y de la sociedad en
general. La educación se ha convertido en una tarea especializada que requiere
formación profesional, certificaciones y el dominio de nuevas pedagogías y
estilos de aprendizaje que honren nuestra tradición educativa. Hoy somos
testigos de cómo nuestros colaboradores laicos y de otras religiones enriquecen
nuestras escuelas y han hecho posible que nuestros alumnos se conviertan en personas
para y con los demás, inspirados por Cristo como modelo de una vida plena
dedicada a la fe y la justicia, tal y como el P. Pedro Arrupe animó a nuestros
antiguos alumnos hace 50 años.