Un bendito confinamiento – Testimonio del P. George Mutholil
La pandemia mundial nos ha afectado a todos. A algunos
miembros de la Curia General más que a otros. El Asistente del Padre General
para el Asia Meridional, George Mutholil, quedó varado en la India a mediados
de marzo y sólo pudo regresar a Roma el 2 de julio, después de casi cuatro
meses de confinamiento. Como han hecho otros, cada uno desde su propio rincón,
a través de nuestros medios sociales, nos da él testimonio de su experiencia.

Puede ser una sorpresa oírme decir que los casi cuatro meses de confinamiento que experimenté en la India significaron para mí una bendición. Fui testigo de lo mejor de la generosidad humana, pero también de lo peor del humano sufrimiento. Al final de todo, me siento lleno de gratitud.
Les hablo primero de la bendición. Los primeros meses de mi confinamiento tuvieron lugar en el XLRI (Instituto de Relaciones Laborales Xavier), campus de Jamshedpur, un entorno seguro en el estado indio oriental de Jharkhand, donde la protección y los cuidados que recibí fueron excepcionales. Literalmente, el gorjeo de los pájaros me despertaba por la mañana; y por la tarde me hacía compañía mientras caminaba por el vasto terreno del Instituto.
La segunda parte de mi confinamiento tuvo lugar
en Delhi, un punto caliente de Covid-19. En toda la ciudad, el número de casos
se disparaba, los hospitales estaban desbordados, se negaba la admisión a los
pacientes, historias horribles de cadáveres dispersos y despreciados. Una vez
más, me sentí bendecido. Vivía en el campus de la escuela St. Xavier, con el verde
campo de cricket y pájaros por todas partes.

Dejando de lado la parte romántica, acompañé dos veces al equipo de rescate a Jamshedpur en los pueblos cercanos. Fue en muchos sentidos una escena patética. Mientras que los que tenían cartillas de racionamiento recibían raciones gratis, había mucha gente que carecía de esas cartillas. Sin la atención de las organizaciones no gubernamentales y los grupos de ex alumnos como los del XLRI, padecían hambre.
Los aldeanos parecían atender a sus negocios diarios, pero pudimos ver que la actividad económica se reducía en gran medida. Las tiendas de la carretera parecían menos activas y algunas incluso habían cerrado. En todas partes la sensación era de melancolía. Estos jornaleros tenían ahora que quedarse en casa. Peor aún, sus hijos y hermanos regresaban de otros estados, a menudo con el virus. Había un clima de miedo por todas partes. Los recuerdos reconfortantes que conservo son una administración civil eficaz en Jamshedpur y diversas organizaciones de la sociedad civil en alerta.
Mientras tanto, los migrantes de todo el país
seguían caminando, pasando hambre, siendo tratados brutalmente y algunos
asesinados. Presenciábamos el horror de la atrocidad del régimen gobernante en
silencio, mientras continuaba actuando como si nada hubiera pasado, disfrazado
bajo una retórica nacionalista y chauvinista.

Mientras millones de trabajadores migrantes luchaban, el régimen gobernante miraba para otro lado. Estaba ocupado construyendo un templo, arrestando a los manifestantes contra una legislación abominable, promulgando leyes anti obreras, masacrando el medio ambiente y a los pueblos indígenas a través de una nueva legislación ambiental. Los mantras y lemas reemplazaron a los planes de acción. Las clases medias y ricas prosperaban. Los pobres languidecían.
En estos tiempos de dificultad sin precedentes, los gestos más humanos han venido de los ciudadanos comunes. Han compartido su comida, su agua y han prodigado compasión hacia sus vecinos. Esa es la esperanza de la India, la bondad del ciudadano común. Como aquella vecina solitaria que se atrevía salir de la seguridad de su casa para servir a los que la necesitaban.
“Para el mundo puedes ser una persona, pero para
una persona puedes ser el mundo entero”. ¡Tengamos esperanza!